sábado, 14 de enero de 2012

Loli rumbo a Boston

Una fina red tejida en deseos, que une ambas partes del mundo como si de un zurcido se tratara. Un elemento distante para muchos, y últimamente muy cercano para mí, que no tengo otro remedio de transporte hasta mi casa. Aunque siempre nos quejamos porque están en huelga, porque nos pierden el equipaje, porque se retrasa el vuelo y perdemos la conexión... detrás de tanta logística olvidadiza y altanera, se esconden personas portadoras de sonrisas y palabras amables... a pesar de ser las mismas caras que encajan nuestra ira en muchas ocasiones. 
La Loli quería, como la madre de Marco, cruzar el mar... o quizás sería más adecuado decir que yo la necesitaba como compañera de piso a este lado del mundo. Después de desparasitarla, certificar que goza de perfecta salud, correspondiente vacuna contra la rabia, colocarle una identidad bajo la piel, asociarle un pasaporte a ese número impronunciable y tenerla en ayunas durante 12 horas, nos embarcamos en una aventura con anticipado final incierto.
Resistiéndose a entrar en aquel lugar que horas después sería el único conocido y seguro, Lola apoyaba las cuatro patas contra las fauces del transportín... y eso que la almohadilla había sido hábilmente lavada con Micolor por mi madre, que no podía imaginarse la sensación de hogar que me produciría ese olor durante todo el viaje.
Nunca te planteas lo complicado que es pasar un control de seguridad con tamaños bultos: una maleta de mano que sólo pesaba un 50% más de lo permitido, y que además incluia en su interior el fruto prohibido del florido pernil y dos tabletas de chocolate que mi mejor amiga tuvo a bien regalarme, apiadándose empáticamente de lo que implica sufrir ansiedad por chocolate en esta tierra. Sobre el hombro izquierdo, colgando cual bandolera, el bolso lleno de potingues, libro apto para calzar mesas, monedero tamaño familiar y diversos achiperres impracticables para acarrear por separado. Bajo el brazo, dos chaquetas consistentes para el frío invierno bostoniano... ya no cabían en la maleta y no era discutible que se quedaran en tierra. Unido a todo esto, el transportín con la pobre Loli dentro hecha un flan... Welcome to Barajas!
Pero ella es taaaan mona, que nada más apoyar su Lolimóvil en el area de bandejas, la chica que lo regentaba le dedicó unas carantoñas. Gracias a ella, niñera improvisada por un instante, pude hacer una primera ronda para pasar por los rayos la maleta, las botas que hube de quitarme para demostrar que no pretendo atentar contra nadie, el cinturón, reloj, bolso, abrigos, etc etc etc. Finalmente, vuelvo a por mi más preciada posesión y la chica se despide con una enorme sonrisa y un "buen viaje" colgando de ella. Supongo que debe de ser cansino repetir una y otra vez a los civiles de a pie que no suelen viajar nunca y que además no ponen atención a los carteles: líquidos fuera, botas fuera, relojes, cinturones, no señor, el portátil tiene que sacarlo de la funda... no, no puede llevarlo con usted. Se acerca mi turno en el segundo round, y el guardia me pide amablemente que desaloje el trasportín, que habrá de ser exhaustivamente analizado bajo rayos X y que coja a la Loli en brazos para cruzar juntas el arco de metal que nos separará de la opción retorno. Pasamos sin incidentes, bajo la atenta mirada sonriente de los guardias, que están hartos de tener que recordar a todo el mundo las mismas normas absurdas. Aun así, el enésimo civil de la mañana porta una colección alucinante de aerosoles, espumas, colonias y otros enseres tamaño macro que, por supuesto, le son confiscados, con la consecuente espera para recoger el transportín... En este inciso, se acerca una guardia de otra cinta para ver mejor a la Loli: ay qué mona! y empieza a acariciarla, eso sí, con los guantes puestos (no juzgo las maneras, desde luego) y haciendo alusiones a lo inteligentes que son estos animales, que se enteran de todo. Pues sí, porque la Loli la mira en plan: "perdone, ¿me está usté acariciando con guantes??". Y así nos deslizamos entre la gente hasta llegar a la terminal 4 Satélite, donde la puerta de embarque U67 se me antoja un poco vacía para tratarse de un vuelo transatlántico.
La Loli tiembla, se aprieta hecha una rosquilla contra el fondo del transportín, muerta de miedo y sin entender a dónde vamos.

Llega el momento de entrar al avión, sigo transportando una maleta, dos abrigos, san bolso repleto y el Lolimóvil. Con la manga a rastras y sudando futuras agujetas. Por fin un amable azafato se acerca y pronuncia las palabras mágicas: "¿Necesitas ayuda?" - Sí, por favor!!! Vicente coge a la Loli y los abrigos que ya empiezan a tener un aspecto insultante. Llegamos a nuestro asiento y nos colocamos. Afortunadamente, el vuelo va medio vacío y tenemos cuatro asientos centrales para nosotras. Le pongo el cinturón y comenzamos el viaje hacia el Nuevo Mundo. De vez en cuando Vicente me pregunta si necesito algo para ella, qué tal se encuentra... La verdad es que está indignada, mira hacia otro lado para demostrarme su desacuerdo con esta incursión. Duerme a ratos, y finalmente se marea un poco durante el aterrizaje. Pero se ha portado como una campeona, y al fin pone pata en suelo americano.
Ahora sólo queda el sprint final, pasar la aduana sin incidentes. Ya en el último tramo me piden revisión del equipaje... oh oh, creo que el jamón se queda... Sin embargo, en un movimiento magistral, la Loli menea su melenita y el policía se asoma para verla mejor. Queda encantado de lo monísima que es, Persa? sí, ya me parecía... ¿me dejas ver su pasaporte? ajam, muy bien. ¿Llevas algo de comida para ella? -No señor, la pobre no ha comido desde ayer. ¿Y para tí? - Uy no, no no, no creerá que llevo jamón en la maleta...
- Muy bien, pues ya está todo!! Bienvenidas!!
Adoro la amabilidad americana, sin obviar que todo el personal de Iberia, tanto en el aeropuerto como en el avión, se volcaron para facilitarnos esta aventura con final feliz.

2 comentarios:

  1. Me alegra que todo haya ido bien!!!...
    Muchos Besos!, Carol

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  2. Que cara de indignación en la segunda foto!!!

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