sábado, 2 de mayo de 2020

Flamenco is a language

Se habla con el cuerpo, con la intención, con el alma y con la mirada… pero lo más difícil no es hablarlo, sino transmitirlo. Con el sudor aún caliente y las piernas temblándome, aún me pican las manos de aplaudir a Alfonso Cid. Bailar flamenco es una cosa, bailar con música en directo es otra, y que el cantaor se siente al piano en Nueva York mientras mis tacones resuenan en mi casa aquí en Boston es magia negra de otro costal. Alfonso nos ha llevado de la mano hasta el sigo XVIII, a la corte de Carlos III, donde un italiano llamado Luigi Boccherini inspiró el primer fandango. El ritmo era otro, y algún día mis castañuelas también rozarán esa cuerda de la historia, pero de momento me conformo con esta clase magistral de música histórica en un contexto inusual e íntimo que ahora me sale compartir con el mundo. Malagueños y onubenses no son lo mismo, como tampoco lo son sus fandagos. Hoy mis pies añoran El Rompido con más pasión que de costumbre, y me tengo que conformar con que mi barca no sea la mejor del puerto, pero desde luego sí que tiene los mejores movimientos. Porque enclaustrada en mi sótano me tiemblan las piernas al sentir las vibraciones de una voz que se emite a cientos de kilómetros. Taconeo fuerte para que mis pies no olviden la percusión al bailar, para que mi alma no se achique dentro de un cuerpo inmóvil. Me bebo el compás y las palmas y los hago parte de mí, de mis entrañas y de mi ser; los atrapo para gestarlos durante el resto de mis días. Bailo para aliviar mi pena, para apagar mi soledad, bailo en tercios y en cinco frases, repitiendo siempre la primera, y la primera siempre dice que en peores plazas toreamos. Bailo porque este año me he quedado sin subir al escenario, sin aplausos de un público que se conforma con amateurs, pero que se apunta al jaleo como los gitanos más puros. Bailo porque este virus no me va a quitar también el arte, porque mientras haya Lauras tirando de estos volantes, giraremos con los brazos extendidos para no perder el equilibrio. 
El flamenco es un idioma que escuché mucho en España, sin entenderlo del todo. Curiosamente ha sido en Boston donde he empezado a hablarlo, aunque me falta fluidez. Pero qué gusto da estudiar a la luz de un corazón encendido. Me he nutrido de la historia de los fandangos de Huelva y he viajado a las entrañas de la música para entender, una vez más, que el flamenco es ese arte que no se puede aguantar. Que me abriga, que me levanta, que me da la mano y gira, y gira, y gira con las ganas infinitas de no llegar a ninguna parte, de estar aquí, de disfrutar de lo que tengo y de lo importantes que son las ganas. 
Gracias Laura, nunca te agradeceré lo suficiente que me enseñaras toda esa España que vive en ti. Gracias Alfonso. En la vida he escuchado mucho flamenco, discos de Camarón, José Mercé, Estrella Morente, Niña Pastori y últimamente mucho Miguel Poveda, pero no hay nada que pueda compararse a las vibraciones de la música en directo, no hay nada que pueda explicar por qué una voz puede hacer música sin necesidad de instrumentos. Hoy me he subido al escenario como si fuera una profesional, con el mismo compromiso y el mismo respeto, y me he bajado de él tan plena como si hubiéramos compartido sala y resonancia.