martes, 17 de enero de 2012

Boston se arropa con su manto blanco

Hoy es fiesta en Boston, en honor al aniversario del nacimiento de Martin Luther King, uno de los líderes más importantes de la historia de América, que luchó contra la segregación racial y a favor de los derechos civiles de los afroamericanos. 
Tan noble motivo me ha invitado a quedarme en casa en este primer lunes postvuelta, que necesariamente había de ser traumático y solitario. Después de la obligada comedia romántica de la tarde, cuando ya creía que el día tocaba fondo de la manera más burda, recibo un sms tentador para abandonar el calor de mi lar y dirigirme a Harvard Square, donde mi pequeño paraíso español recibe la noche entre risas y cervezas. Decido que, a fin de cuentas, es mejor que lamentarse, y desde luego, mejor que caer en las garras de una sobredosis de cine mediocre. En quince minutos pongo mis botas sobre la acera, estéril de nada que no sea la noche que se asienta adormeciendo la ciudad. Al llegar a mi destino, unos tímidos copos blancos se resisten a caer sobre mí... ¿de verdad está nevando? No es gran cosa, ni si quiera cubre el asfalto, pero a mí me parece genial. Entro en Grendel´s anunciando a bombo y platillo: "-¡¡¡Chicos, está nevando!!!"- y mi sorpresa va en aumento al ver sus caras de angustia: - Oh, no puede ser!!- La diferencia entre sendas reacciones estriba en que para mí, este es el primer invierno en Boston, mi primera nevada!!! Para ellos, hartos de cavar en nieve para ir al trabajo cada invierno, esto es el principio de un largo periodo de incomodidad que no es del todo bienvenida.

Una hora después, cuando salimos del bar, OH MY GOD!! Ver para creer!!! Los tímidos copos se han convertido en cortinas de estrellas blancas... Donde antes había césped, ahora hay un manto inmaculado de circonitas. Los coches dejan a su paso una huella que no tarda más de un minuto en volver a cubrirse.Es tan increíble, tan magnánimo. Apenas acuden a mis labios palabras con las que definir tan bella experiencia. Me doy prisa en inmortalizar este momento, gesto que crispa el ánimo de mis compañeros, incapaces de sentir lo que yo estoy sintiendo por primera vez. Y no es que nunca hubiera visto nevar, pero en Madrid la nieve es diferente, descontrolada... corta las opciones de vida cotidiana, colapsa carreteras e inspira un miedo atroz, no estamos preparados para ella. Aquí, en cambio, la gente continúa caminando con total normalidad, nadie está tan entusiasmado como yo, y lo triste es que sé que este sentimiento pronto será reemplazado por la hartura... como aquel argentino en Toronto... No obstante, trataré de retenerlo porque es música dentro del corazón, la naturaleza ha vertido sobre mí su magnitud, regalándome un escenario propio de un cuento de hadas. 


Vuelvo extasiada, Porter Street se ha arropado con su manto blanco, y a mí me recuerda a esas viejas fotos olvidadas que se guardan en una caja de zapatos. Mis pisadas van abriendo heridas en el cristal de un escaparate de mazapán, heridas que no tardarán en cicatrizar, puesto que los ángeles no tienen pensado dejar de llorar esta noche.



Cuando llego a casa, los escalones se han cubierto con una boina de nieve, me da cierta lástima pisar con mis suelas infames un lienzo tan puro. Me pregunto si mañana aún podré distinguirlos o serán sólo el recuerdo que se adivina bajo el telón de la obra magistral a la que hoy tuve el gran privilegio de asistir...



Y para contestar a mi pregunta, como si de una intervención divina se tratara, escucho ruidos de neumáticos en la calle; me asomo por la ventana y cuál es mi decepción cuando me encuentro...
¡La máquina quitanieves! Efectivamente, esta gente está muy preparada para la que se avecina.

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