martes, 11 de marzo de 2014

11-M

Me amarro la capa por las costuras desgastadas, evoco el recuerdo de los últimos años que han ido pasando haciendo bulto en el álbum de recortes. Me da frío el recuerdo del miedo y de los trozos, de las vías abarrotadas de objetos distribuidos aleatoriamente por la duda, por el viento, por la onda, escapándose con el último aliento de sus dueños que, confundidos, se miraban diferentes desde fuera de sus cuerpos. La memoria trae sentimientos de nuevo a latir, como esas viejas amistades que se frecuentaron en otro tiempo, me transporto a aquella mañana de un 11 de marzo, donde sólo la llamada de mi hermano me retuvo prisionera en esta realidad paralela. Congelada frente al televisor viendo la vida marcharse, escapándose las lágrimas de la impotencia de la incomprensión. Diez marzos han florecido y aún tengo ese sabor metálico en la boca, el sabor amargo de la aceptación de los débiles. Apuntan los índices acusadores hacia todos los flancos, hacia afuera, hacia el norte, despistando a propósito la voz de las conciencias. Madrid herida de muerte, acongojada, Madrid llorando en silencio por sus almas mutiladas, España entera se encoge para caber en Madrid. 192, hay números que no se olvidan, se empeñan en quedarse ahí rememorando lo que fueren, lo que son, lo que siempre significan.
Me amarro a la vida porque a veces, sin más, uno no vuelve a ver el sol.