Tus botas rojas se alejan con paso firme
hacia la playa, se detienen a duras penas para girar sobre su tacón; es mucho
lo que dejan atrás. Atrás quedan los años de luchar en el Nuevo Mundo, los días
de bata blanca que tanto alientan y desalientan. Atrás queda la distancia que
interpusiste con el amor, que si bien ya no es ingente, sigue cursando con
teleconferencia. Atrás quedan los días infinitos de la incertidumbre profesional.
Atrás quedan las fiestas en la famosa River
House, que antes de ti era sólo un lugar para bailar toda la anoche, y que
ahora me dibujará nostalgia en los ojos cada vez que pase por delante de su
emblemática puerta roja. Roja como las pisadas que has ido dejando por toda la
casa, por sus habitantes, por sus almas, por todos los que alguna vez fuimos
invitados.
Sin duda dejas una huella en Boston que
tardará mucho tiempo en borrarse, quizás cuando otras generaciones vengan a
hacerse cargo de nuestros deberes y vean las fotos en las que sonríe tu boca
roja siempre tímida detrás del micrófono. De ti nacieron cosas enormes, como
muchos ladrillos IMP. Has trabajado tanto en este sueño que lo has hecho mío
también. Mío y de muchos, que nos hemos subido a vuestro carro de las ilusiones
como si fuerais un Santa Claus improvisado, repartiendo motivación,
autoconfianza y ganas de cambiar el mundo.
Ahora, sin embargo, toca mirar hacia
delante, al otro lado del mar. Pisa fuerte, como siempre, que con tu sonrisa de
fresa el Reino Unido caerá pronto rendido a tus pies. Enséñales a bailar zumba
y ese trocito de España que siempre viaja contigo, sigue siendo embajadora de
lo mejor de nuestro país, esa mujer a la que Julio Romero de Torres pintó sin saber
que eras tú. ¡Mucha suerte, María!