La esperanza depositada
en la ciencia, como si de un viaje a la luna se tratara. Todos los
sueños guardados en una probeta, durante meses que se hacen eternos
e imposibles, aguardando, encogiéndose. . . Sueños que se incubaron
al calor del amor, producto de muchos años de esperar, de desear, de
perseguir el viento allá donde fue a dar la vuelta, al fin del mundo
si hace falta.
Los brujos de bata
blanca recolectan semillas bajo el microscopio, maceran lo que a
duras penas puede pensarse como un futuro ser humano. La noción que
el mundo tenía de la creación se tambalea, porque allí, escondidos
del trajín de un mundo que se ha hecho demasiado contemporáneo,
esos seres bicelulares se empeñan en dividirse, mutiplican su
material genético con anhelo, persistentes, creando más y más
esperanza con cada puesta de sol. Van cambiando de nombre a medida
que ganan posiciones en su viaje sideral, convencidos de llegar a ser
embriones algún día. Y mientras, sobreviviendo, en esa sala de
espera que se ha convertido en un anexo del hogar, se sonríen, se
cogen las manos y aprietan fuerte, fundiendo el amor que emana desde
muy adentro, conjurando el tiempo y el deseo que lucha por entrar en
erupción. Quieren que querer sea poder, y no desisten, y se juran
intenciones con todas sus consecuencias. Y aun sabiendo que el
teléfono sonará en malas noticias casi siempre, el compañero sabe
tender su mano acerada, recoger del suelo las migajas de un corazón
que vuelve a romperse, recomponerlo y volver a levantarse una vez
más; porque no pueden fallarles a esos pequeños de la probeta, los
que se aferran a la vida a cada instante, sobreviviendo, viviendo,
selección natural forzada que les lleva a ser un porcentaje en un
papel. La estadística les da miedo, los números son fríos y
antojadizos, no entienden de ganas ni de miramientos, golpean al aire
sin piedad, dejando un sabor metálico en la garganta. Por eso, un
noventa por ciento no les permite barajar nombres, ni patucos rosas o
azules, ni si quiera la posibilidad de redondear un vientre plano y
angosto. No pueden construir sueños sobre una plataforma flotante,
prefieren no jugar a ser felices, por si acaso el teléfono aún se
guarda algunos noes. “Podríamos ser uno, dos o tres. . . “ y
aunque no quiere que se note, quiere ser plural, podríamos. . . y no
sabías, mamá, que querer es poder. Por eso ahora la gonadotropina
coriónica nada libre por tus venas, hoy es feria en Carolandia, hoy
sabes que ya no estaréis solos nunca más. Hoy un ring vuelca el
corazón y trae sonrisas, esperanzas, nuevos motivos y muchas ganas de vivir. Hoy la
ciencia os ha dado eso que tanto os merecíais, vuestra suma en
positivo. Porque el amor es capaz de alcanzar cotas imposibles, hasta
los sueños.