miércoles, 21 de agosto de 2013

Volver a casa

Llegando al final de los días estivales, aún con las maletas a medio deshacer, o a medio hacer, según se mire, voy escribiendo el balance de mis segundas vacaciones en España. Más por necesidad anímica que económica, mi destino favorito últimamente viene a ser La Mata, Torrevieja, esa costa donde el mar Mediterráneo se cabrea a veces en forma de levante y donde otras veces, por eso de que aquellas son las mejores playas del mundo, la quietud de sus aguas se me antoja un lugar perfecto para quedarme. . . Si no fuera porque soy una aventurera y me encanta estar lejos de mi país y de mi gente, si no fuera porque en España sobran científicos, si no fuera porque Boston está empezando a ser un hogar al que volver. . . me plantearía seriamente el prestarme como reo de algún amarre, y quedarme flotando para siempre acariciada por la brisa, por las olas, bailando esa danza infinita con trazas de sal y turquesa. No obstante, no quiero ser presa de España, de una España torpe y analfabeta, no quiero ser presa de una España bonita y tonta, donde hemos vendido a precio simbólico nuestras almas y nuestros principios. No quiero ver cómo la España por la que lucharon nuestros abuelos retrocede a pasos de gigante para volver a ser un nido de caciques ignorantes. Me dan vergüenza las esquirlas que salpican nuestro país con mierda de todos los colores, y cómo esa materia infame está vistiendo nuestra piel de toro con un grotesco disfraz de putilla. Cada vez que alguien me dice la suerte que tengo de vivir en Estados Unidos, o lo que es peor, cada vez que alguien sugiere el dineral que estaré ganando viviendo en la tierra de las oportunidades, me dan ganas de abrirme el gas (como diría la gran Rosa de España que ahora es de Boston). Señores, vivir a más de 5000 km de tu país no es una suerte, tampoco es una condena, no nos llevemos a engaños, pero no siempre es una opción. Y lo que desde luego no es, es la panacea. Lo que pasa es que visto desde la perspectiva laboral, pues sí, es mucho mejor que lo que se ofrece en España, pero también es verdad que los propios españoles aceptamos esta premisa como ineludible y lo llegamos a ver hasta normal. Lo que no vemos es que, de la misma forma que ahora muere la investigación, y poquito a poco la educación, y de forma encubierta la sanidad pública, mueren también las ganas de cambiar el mundo que heredamos en los genes de los que sufrieron el franquismo y con ellas, el futuro de las nuevas generaciones que nacerán fuera de España fruto de los cerebros exocitados, que no fugados. Qué suerte tengo de vivir en USA, donde sacarte una muela cuesta 700 dólares y tener un hijo 20.000, donde estudiar una carrera cuesta más de cien mil dólares y el aceite de oliva es importado de Italia. La ignorancia es demasiado a menudo la falta de interés por el conocimiento.