lunes, 30 de enero de 2012

La calidez del glaciar

Infinita ternura . . . lejos del frío que me hubiera de producir el hielo, en sus ojos el glaciar se derrite en sosiego, en anhelo, en la esperanza escéptica del que tiene mucho tiempo para pensar, para doler, para esperar. La vida pasa, lo quieras o no, por delante de tu puerta. Minutos que se hacen horas, horas que se hacen días... y días que sin pensarlo, hacen ya casi tres meses. Aunque te quites el abrigo y decidas que hace sol, no tendrás más remedio que acatar la nieve hasta marzo. Del mismo modo que se adquiere una rutina en cada historia. Y en mis renglones, el día a día de tender la mano me devuelve un cabeceo, una chispa en ese azul en el que podría perderme incluso siendo de día. Es por eso que en mi nueva rutina eres un elemento esencial. No pensé que pudiéramos hacernos camaradas sin tener que hablar del pasado. Y sin embargo, ahí estás, perenne, posando para mi cámara que, aunque tú no lo sepas, te abre una ventana al mundo. Resbalan las sonrisas de mis amigos de siempre, a través de las palabras, parecen conocerte de antes. Y sin embargo, aún no hemos hablado del pasado. Lo que me gusta de ti es que no preguntas, no cuestionas, no exiges, no juzgas... simplemente buscas el calor de mi mano como si se tratara de una apuesta segura. Las decisiones que tomé no son importantes para ti, el idioma que hablo no te limita a entenderme, de la ropa que me abriga sólo te importa el color, no dónde fue comprada ni lo que costó. Lo mucho que desconozco no hace que me mires por encima del hombro, y sobre todo, lo que conozco, no te encuentra intimidado. Por eso, en esta rutina, descanso en bata y zapatillas, porque no he de preocuparme más que de ser yo misma.

No hay comentarios:

Publicar un comentario