lunes, 3 de agosto de 2020

Papel rasgado

Parecen sólo trozos de papel rasgado y sin embargo, al mirarlos más de cerca, puede leerse MAD. Se me clavan en las plantas de los pies como azulejos suicidas que cayeron presa del yeso mal tirado a toda prisa, se me clavan al caminar descalza con todas sus aristas y su mala tinta. Se van quedando pegados calcándose en tatuajes que me gritan desde mi propia piel, BOS! 31 de julio de 2020!!! que no quiera verlo no significa que no vaya a seguir gritándome como una prostituta a la que se le fueron sin pagar aquellos tipos. Están por todas partes, esos trozos, como el confeti del día uno de enero, sucio y pisoteado por el suelo que aún retumba de tacones de aguja resbalándose sobre litros de garrafón malherido. A mí en cambio me retumba la cabeza, me asustan los golpes que recibo desde adentro, no quieren callarse, no quieren oír, no me dejan escuchar ni respirar. Recojo los trozos con máximo mimo, en un ejercicio de autoayuda que pretende salvarme de las cicatrices, los compongo con sumo cuidado y leo con mucha torpeza entre las lágrimas densas como aceite sin refinar: Salida: Boston 31 de julio, llegada: Madrid 1 de agosto, IB6166. En un mundo paralelo, hay unas maletas hechas, una risita nerviosa, calzado cómodo y un  libro ligero, tapones para los oídos, una manga larga, un pañuelo y caramelos para la garganta que siempre se me reseca tanto en los aviones. 
En un mundo paralelo hay alegría, regocijo, mucho estrés y muchas cosas que dejar hechas antes de irse. Pasaportes en sus fundas, y green card a buen recaudo. En un mundo paralelo, siempre dado por sentado, hay muchas ganas de recorrer esos cinco mil quinientos kilómetros que nos separan el resto del año. 
En esta realidad, en cambio, sólo hay cajones llenos de ropa doblada, casi toda la de verano... esperando a ser elegida, correspondida. Las sandalias con sus suelas limpias, ávidas de hacer rozaduras, las tareas esperando en su lista de cosas por hacer, ya sin prisa, puesto que no hay que salir corriendo hasta quién sabe cuándo. Las estanterías llenas de libros sin tiempo de ser leídos, o sin ganas, en verdad. Las plantas a la espera de esa sed de riego que no llega. Las maletas se lamentan en la oscuridad del armario, se duelen de melancolía, como las heridas viejas con los cambios de tiempo. La Loli se pasea extrañada sin parar de soltar pelo, con el traje de entretiempo que no ha llegado a quitarse del todo. 
Una jornada de trabajo detrás de otra, usurpando el tiempo de ocio que se ha quedado en el limbo. No puedo coger días libres para estar encerrada en casa, aunque lleve un año entero sin haber cogido vacaciones. ¿Y si despierto y puedo vivir? Pero al mismo tiempo el trabajo se encalla y se vuelve arisco, y el bienestar que normalmente mece mis vaivenes psicosomáticos se vuelve ahora nauseabundo y me atormenta cual febrícula. En mi empeño por recuperar la sonrisa me acerco al mar, a mojar mis pies con esas olas que también bañaron la Península Ibérica. Pero lejos de calmarme, me voltean y me zarandean, y me recuerdan que este año no veré el Mediterráneo. No veré tampoco a mis padres, ni a mis hermanos, ni a todas esas caritas que encajo con calzo en una agenda imposible de dos semanas al año. Y sigo contando los días y bueno, hace un año que no os veo. A mis padres, por suerte, sólo siete meses. Pero lo peor, sin duda, es la incertidumbre. ¿Cuándo volveremos a vernos? ¿cuándo dejará de ser un peligro con porcentaje mortal reunirse con la familia? ¿Cuánto habrá crecido Inés la próxima vez que la vean sus abuelos y tíos? El mundo sigue girando alrededor del mismo Sol, y lo vemos desde distintos ángulos y nos calienta casi por igual, pero aquí no lo soporto, me ahoga, no me deja respirar. En cambio allí me broncea y me genera endorfinas. Es lo malo de ser española fuera de mi patria, que España me late dentro aunque me empeñe en tirar pa´ lante, España me crece dentro y me nubla el conocimiento, y me anula las ganas de correr como si hubiera algo mejor esperando en la meta. Respiro hondo para arrastrar este peso con toda la fuerza de mi alma, pero a veces, eso tampoco es suficiente y se me saltan las costuras. Me acuerdo mucho de mi abuela, que durante la guerra estuvo un año entero sin saber nada de su familia, y doy gracias porque a mí lo único que me falta es poder tocaros. A pesar de todo, mi angustia se drena con estas letras, y me deja un poquito de espacio para poder respirar hondo y tirar hacia adelante. En un mundo paralelo mañana bajaré a tomar café con las chicas, luego iré de cañas con mis hermanos y a comer a casa de mis padres. Cogeremos el AVE para llegar mucho más rápido a La Mata a abrazar a mi familia política, y a mi sobrina que estará esperando a Inés para ir juntas a la playa.