lunes, 26 de noviembre de 2012

Acción de Gracias 2.0

Grazie, 謝謝takket være, merci, tack vare, thank you... Gracias a la vida, que me ha dado tanto... la capacidad de discernir, de elegir, de valorar, de apreciar, de aprender, de tropezar, de caer, de levantarme, de luchar, de superar, de superarme, ¡de vivir! Y nunca más cierto que hoy, de vivir la vida que yo he elegido. En este segundo Acción de Gracias en Boston, un año después, sobre la mesa se reencuentran básicamente los de siempre: el pavo -un señor pavo, que parece un crío chico-, el relleno, el pecan pie, sweet potatoes, smashed potatoes, verduras al horno, gravy casero, pumpkin pie, salsa de arándanos... Son los habitantes de la mesa los que este año han variado. Un año atrás disfruté del más americano de los thanksgivings en casa de mi jefe, recién llegada a Boston y sin saber muy bien lo que iba a encontrarme, resultó ser una cena inolvidable. Esta vez, los americanos dejan espacio a una noruega, dos suecas, una italiana, un belga, un chino-americano, un cordobés y dos madrileñas. Leland se viste de gala con el mantel verde, el que hace juego con el delantal, y al que apenas se le notan ya las manchas de otras batallas. Es raro Leland sin Alis, es raro Leland con Rosa, es raro Leland con Marte y sin Manu, pero me gusta lo raro, y éste significa evolución. 
Lo mejor de cocinar para tantos, y durante tanto tiempo, es el "mientras", ese durante en el que, copa de vino en mano, arreglamos el mundo, las relaciones, el pasado, el presente y el futuro. Lástima que no podamos arreglar también España, aunque siempre flota en las conversaciones, de aquella manera. Luego los comensales van llegando, cuelgan el frío en la entrada y sacuden la timidez de sus botas. La mayoría no nos conocemos, siempre es un reto. Por eso cuando entras en Leland, el detector de vergüenza/pereza te arranca de cuajo la poca que traigas, así quedas libre para entablar las conversaciones más inverosímiles; la de esta vez, ¡un app que mide el grado de felicidad de cada persona! verdad verdadera. 
Desde que estoy en Boston he pasado muchas horas en soledad, pensando en lo que quiero ser, en cómo quiero vivir. Pero muy pocas veces -o no las suficientes- te paras a pensar en lo afortunados que somos por el hecho de poder elegir siquiera. Es como un sueño, mientras ahí fuera la gente se queda sin trabajo, familias con niños son desahuciadas, la hipocresía crece, los sueldos decrecen... muerde el sentimiento de ser un privilegiado. Y al final de cada día, pese a todo, pese a la distancia, a las ausencias, a las doce horas de trabajo diarias, a los festivos trabajados, a todo lo que uno se pierde por haber elegido este camino, doy gracias por haber tenido un camino que elegir, por no haberme conformado con lo fácil, por haber tenido opciones y la fuerza para luchar por ellas. Y por supuesto, por haber tenido la gran suerte de encontrar tantas cosas buenas en Boston, no sólo un proyecto alucinante en el que trabajar no supone tanto un deber como un querer, sino gente que hace que mi vida aquí sea maravillosa; compañeros de trabajo habitantes del mundo que me llevan a sus pequeños guetos como invitada de honor (un hot pot capitaneado por Jingfa no tiene precio). Esos amigos que me abren las puertas de su casa en el futuro, en su tierra, donde todos al final acabaremos volviendo, con todas estas experiencias en el bolsillo, con todas esas sonrisas en el recuerdo, con fotos benettonianas mosaico de rubios y morenos siempre cambiando, con todo este agradecimiento por bandera... Gracias a la vida que me ha asignado estas coordenadas donde tiempo y espacio vienen a fusionarse destilando felicidad.

sábado, 3 de noviembre de 2012

Un año atrás...

Un año atrás en el calendario todo era futuro, tiempo, espacio, insensatez, angustia, ilusión perdida, tristeza, decepción, ganas de escapar. . . afán de superación, deseo, ilusión ganada, energía, sueños, ganas de llegar. . . Sentimientos que empaqueté en una maleta rumbo a Boston (así pesaba la condenada) con la esperanza de que algunos se perdieran en la T4. Sin embargo, no cesaban  en su empeño, se apretujaban entre mi ropa y se enganchaban a las fotos que traje conmigo, obligándome a mirar atrás constantemente. Atrás quedaba Sevilla, la ciudad donde me conocí, donde te conocí, atrás quedaban las imperfecciones que me habían ido construyendo hasta ahora, cachito a cachito, un mundo seguro. Atrás quedaba Madrid, mi vida de siempre que ya no existía, mi familia, mis amigos, mis recuerdos. . . Me dejé la puerta abierta al salir, por eso todos esos pequeños pasajeros se vinieron conmigo, y aunque me habían contado en las películas que poner tierra de por medio lo arregla todo, vamos a poner que no. El avión se elevaba y yo sentía cómo mi alma se disociaba, dejando una mitad en Madrid, quedándome resumida a la otra mitad, consumida toda esa rabia genética que solía tener, agotada toda esa fuerza que me había caracterizado siempre, eso sí, no se lo digas a nadie, sólo tú lo sabes. Por eso te sentaste a mi lado en aquel avión, no sólo como una presencia familiar que me anclaba a la vida, sino como una apuesta de futuro. Y te empeñaste en plantar un huerto sobre un terreno recientemente incendiado, y te empeñaste con todas las ganas que a mí me había arrebatado el fuego. Gracias.
Al llegar a Boston el mundo se había hecho infinitamente más grande, el cielo estaba sin duda más alto, quizás porque aquí aún no habían cambiado la hora y en España sí, y entramos en un vacío espacio-temporal que me escupió a este lado del mundo como si tal cosa, y a empezar de nuevo. Un nuevo trabajo, una nueva casa, nuevos compañeros, nuevos amigos. . . todo por hacer. Hoy, un año después, cuando echo la vista atrás, parece que no ha ido tan mal. Pero aún tengo la habilidad de ponerme el traje del pasado y sentir el frío y el miedo, esos que has ido borrando con tanto esfuerzo.
Apenas diez días más tarde ya te estabas marchando, dejándome "sola" en un sitio donde hablaban raro, vestían raro, comían a deshoras y se iban a la cama demasiado temprano. Miraba hacia abajo y el suelo desaparecía bajo mis pies, así que procuraba mirar hacia adelante, nada más. Sólo se trataba de ser feliz, tampoco podía ser tan difícil, ¿no? Pues el primer trimestre suspendí. Así que no me quedó más remedio que aprender a ser feliz otra vez, empezando por mi trabajo, que era al fin y al cabo la razón fundamental para venir aquí. España me había dado algún que otro revés, supongo que lo necesitaba para así ahora ser capaz de apreciar lo que tengo. Donde antes había hipocresía, ahora hay sinceridad, donde antes había noes, ahora hay positividad, los que se creían científicos fueron reemplazados por científicos de verdad, que además han resultado ser personas extraordinarias. Y con esos materiales, fabriqué unos cimientos a prueba de huracanes sobre los que comencé a construirme de nuevo. Pronto tropecé con los que hoy son mi familia bostoniana, todos esos ladrillos y bovedillas que han convertido mi vida en Boston en algo más que una razón profesional. Nunca me faltó el aliento desde España, por eso cuando la obra amenazaba con pararse, todos arrimaban el hombro, ¿verdad Vane, Amanda, Lauri, Mar, Carol, Jorge, Covi, Tania, Virgi, Alema, Ana, Luli, Ángel, Víctor, mamá, papá. . .? eso vosotros también lo sabéis. Pero tú has sido el pegamento que ha ido uniendo los pedazos rotos, el que ha buscado cada pequeña esquirla en los lugares más recónditos del planeta, quien ha conseguido que hoy, un año después, la casa esté casi terminada.