martes, 17 de marzo de 2020

El Apocalipsis Coronado

Un escenario sin precedentes, se ha hecho el silencio en Madrid, no hay risas en los parques ni canciones en los patios de colegio, no hay bocinas en Recoletos, ni cacharreo en los bares, sólo sillas y mesas encadenadas a esas terrazas viudas de gente. Nadie puede tocarse, si acaso saludarse desde el otro lado de la calle, y no hablemos de los dos besos, ese tinte cultural que ha lacerado nuestras pieles con llagas minúsculas e invisibles que drenan nuestra vitalidad. Las visitas están prohibidas, sólo el miedo puede colarse y hacerse dueño de los pensamientos. Tanto ha calado que hasta las mentes ingeniosas de los españoles siempre ocurrentes han dejado de crear viñetas y memes sobre la marcha y cada vez hay menos chistes a costa de este virus coronado. El corazón de España contiene el latido mientras espera un milagro, ya van miles de contagiados y más de medio millar de muertos, muertos que no serán velados más que por unos pocos valientes, porque pertenecen al reino de los muertos que matan.  Muertos que se irán solos y con dudas de si era o no, porque no hemos querido mirar a tiempo a lo que ocurría en Asia. O quizás éramos demasiado orgullosos como para entender que no somos inmunes, qué ironía, a los problemas de aquel otro mundo, y que las barreras entre países no son más que psicológicas.

Nació en China como podía haber surgido en cualquier otra parte del mundo, lo digo para acallar los comentarios xenófobos que tanto me hieren el alma. Los virus recombinan, mutan y a veces saltan de una especie a otra; eso lo han hecho toda la vida porque es su manera de subsistir. Lo malo es que vivimos en un mundo globalizado, y los microorganismos no entienden de fronteras.Y en un golpe de mala suerte, un virus infecta a una persona, que tarda demasiado tiempo en saber que está infectada, y se ha dado la mano con muchos, y se ha abrazado con su pareja, y ha ido al colegio de sus hijos y ha tocado los carros del supermercado... y un amigo de aquellos que le dio la mano tenía previsto un viaje a Italia, y comió con unos cuantos que tenían familias numerosas, además allí se dan dos besos como dios manda, a la española, porque los mediterráneos somos muy cercanos tanto para saludarnos como para darnos de hostias. Y como el virus es retorcido, está sólo en fase de incubación y para cuando te quieres dar cuenta ya se ha extendido por los cinco continentes (seis, si aprendes geografía en USA).

Desde aquí vemos las barbas de la vecina Europa cortar, menguar, enredarse y morir... y tratamos de ser precavidos y nos encerramos en nuestras casas a remojar las nuestras propias. Y nos morimos de miedo... hasta los biólogos nos morimos de miedo. A mí me da miedo la desinformación y el desconocimiento, y me da miedo no poder predecir lo que va a pasar. Miedo de aquellos que piensan que como son jóvenes y sanos pueden permitirse estas vacaciones a la Costa del Virus, sin comprender que los abuelos que se quedaron con sus hijos una tarde, o esos amigos jóvenes pero con problemas de salud perecerán convencidos de que no pasaría nada. Las salas de urgencias se colapsan de insensatos, y el personal sanitario va cayendo, uno tras otro sin piedad, expuestos a multiplicidades de infección (permitidme esta palabra técnica que explica muy bien por qué la gente joven también es vulnerable) desorbitadas e innecesarias... Y en medio de este caos aun hay quien se pregunta si esto es real o es una maniobra de las grandes farmacéuticas... la gente ve demasiado la televisión (eso está claro) y será demasiado tarde cuando ya no podamos ni ir a darles un último adiós a nuestros seres queridos que pasarán a la historia como un número más que engordó la cifra de los ataúdes de plomo.

Este escenario apocalíptico, sin embargo, tiene una sola cosa buena, la UNIÓN. Por primera vez no importa quién seas, de qué color seas, dónde vivas o cuáles son tus ideales políticos... nadie está a salvo de COVID-19. Y en este caso la unión, pues sí que hace la fuerza, por eso cada uno hace lo que mejor sabe para llenar estas horas de soledad infinita. Los cantantes se reinventan y dan conciertos online, los padres se dan la vuelta para mirar a sus hijos aburridos y se retraen treinta años para recordar cómo se hacían aquellas manualidades de la EGB. De repente los espectros solapan mucho más que nunca y en una semana he hablado más tiempo con mis hermanos y amigos de España que en los últimos seis meses. Ya no importa en qué huso horario te despiertes porque no hace falta preguntar ¿a qué hora vas a estar en casa? El ritmo frenético en que vivimos se ha parado de golpe, y el teletrabajo no podrá mantener la economía a flote. Cerrarán negocios, quebrarán empresas, caerán las acciones, los precios de las casas, muchos irán a la ruina, aumentará el paro, la Seguridad Social (suerte de aquellos que la tengan) sufrirá un colapso y ojalá no se vean obligados a poner umbrales de edad para ver a quién no tratan... Señores, ¡quédense en casa! No vayan a los parques vacíos, ni al estanco, qué buen momento para dejar de fumar, no suban a comprar el periódico (vale, papa?, que hay suscripciones online), no hagan colas apretadas en el súper ni en el metro, no usen el transporte público si no es absolutamente imprescindible, y si lo hacen, guantes, distancia de un metro o más con el de al lado, bufanda, gafas, y lávense las manos como si hubieran matado a alguien.
Asumo la situación con dolor y rabia, pero ya en paz, sabiendo que no hay nada más que podamos hacer, sólo esperar, acurrucar nuestras mentes en la fe ciega de que será estacional, y ahora sí miramos a Oriente para creernos sus estadísticas, pues necesitamos garantías de que al cabo de un mes estaremos al otro lado de la mediana. El problema, señores, es que a diferencia de ellos, nosotros tendemos a no escuchar, a creernos que sabemos más que nadie, a adquirir la actitud pasota del que todo lo sabe y nada necesita, y pecamos del egoísmo que no se paga con la propia muerte, sino con un resfriado pasajero que viviendo en ti apaga las vidas de muchos otros, y ni si quieran tienen que estar cerca porque lo que tocas se convierte en un arma letal de largo alcance. Por favor, quédate en casa, todo puede esperar, tú que puedes asómate a la ventana para ver el cielo de Madrid, ése que los imbéciles nombran en vano para ser retwiteados. Yo miro el cielo de Boston y conjuro el momento de subirme a un avión para llegar a Barajas y besar el suelo madrileño.