miércoles, 9 de septiembre de 2015

Vuelta a los 15 años

Se apagan las luces y a mí ya me tiemblan las piernas, y eso que han pasado más de 20 años y que yo ya no me achico con casi nada... y eso que ya lo vi en Córdoba, hace un mes escaso, y en el fondo debería ser lo mismo.... Pero no es lo mismo, no es lo mismo Córdoba que Madrid, porque en Madrid  todo sigue como siempre, porque aquí he vibrado con su música en cada uno de los conciertos que ha dado durante estos veintitantos años. Porque en Madrid cabe mi vida, mis recuerdos, mi nostalgia, mi mochila de verdades, mis alegrías, mis tristezas, mis amigas y mi gente. En Madrid se encuentra la parte de mi corazón que quedó aquí cuando me marché, y esa parte, a su vez, está dividida en pequeñas partes entre las que se encuentra mi amor incondicional por el que ha sido mi ídolo desde que tenía 10 años: Alejandro Sanz.
No me da vergüenza ni de lejos, no me cuesta reconocer que soy absolutamente subjetiva con todo lo que canta y lo que escribe, me gusta y punto, me da igual lo que opinen los críticos y la gente que se quedó en el camino... para mí es un poeta. Es de esas personas capaces de coserte el alma con palabras, de anudar momentos en recuerdos y en la letra de una canción. Hoy me he sorprendido descubriendo nuevos mensajes en las letras que llevo escuchando durante más de dos décadas. Descubro partes de mí misma encerradas en sus estrofas, como agazapadas, saltando sobre mi recuerdo en un vuelo imparable hacia las hoces de otro tiempo. Y aunque es un túnel infinito que me produce una enorme nostalgia, también es una emoción dulce y embriagadora que apenas puedo contener y que me transporta automáticamente a la edad de 15 años, los mismos que ya he cumplido dos veces. Y luego miro hacia la derecha y ahí estás tú, siempre con tu sonrisa y esos ojos que me lo dicen todo porque se encuentran con los míos en las mismas circunstancias desde hace tanto tiempo ya que ni me acuerdo. Desde aquella primera vez en el parque de atracciones, cuando éramos tan chicas que tenían que acompañarnos los adultos. Y luego fueron sucediéndose uno tras otro los veranos, los discos, los conciertos, las colas, las coladas, las firmas, las esperas infinitas endulzadas por la pasión que compartimos y que vivirá dentro de nosotras para siempre, amiga mía.

Esas canciones tienen un poder mágico que acciona un interruptor en mi corazón. No es cerebral, es extraño. Oigo los primeros acordes y ya se me agolpan las lágrimas a las puertas de los ojos, porque han pasado tantas cosas, porque hemos vivido tanto, porque siempre até mis recuerdos con sus frases, y porque de esa manera se hallan ahora enhebrados en mi corazón ignorando mi voluntad. Me encuentro invadida por un sentimiento propio y a la vez ajeno que no puedo controlar y que dicta mis emociones como si fuera una hormona premenstrual. Los acordes se persiguen y me arrastran por el tiempo haciendo que cada vez sea más intenso e irracional este amor de adolescente que por mucho que se haya ido a vivir a Boston y trabaje en Harvard sigue perdiendo los papeles en cada concierto, desgañitándose hasta hacer añicos los acordes de su propia voz perdidos en una melodía desafinada de sobreexpresión y bailes. Pocas cosas en la vida me emocionan con la misma vehemencia, por eso merece la pena abrir el mundo en dos y subirse a este tren de los momentos. Porque hay cosas en la vida que no pueden conseguirse más que viviendo deprisa, pisando fuerte y compartiendo las miradas con el alma al aire, porque luego, cuando estemos a solas mi soledad y yo, podré curarme el corazón partío con todo aquello que me diste.