martes, 1 de febrero de 2022

Estados de COVID-cinco: Gracias al COVID

Gracias al COVID, mis melanocitos campan a sus anchas en la superficie de mi epidermis en lugar de huir a esconderse en lo más recóndito de mi ser, huyendo de las frías nieves bostonianas y esperando a que llegue el verano. 

Gracias al COVID voy subiendo la cuesta de enero en una España que, aunque no inmune al virus, este año se ha guardado las Filomenas en los bolsillos de pana y ha sacado el sol a pasearse casi todos los días de la semana.

Gracias al COVID he cogido unos cuantos kilos que se me irán escurriendo en las tiritonas del invierno que me aguarda al otro lado del mes de febrero, con sus heladas insistentes y seguidillas de lunes a domingo. 

Gracias al COVID he celebrado un cumpleaños con mi sobrina, sexto para ella, primero para mí. Corto y llovido, pero en presente y en directo. 

Gracias al COVID he visto a mi padre salir de la oscuridad, iluminarse, recomponerse y tirar para adelante con la bolsa del pan en una mano y su única nieta en la otra.  

Gracias al COVID he llamado a la puerta de mi tía un día cualquiera y me he llevado a mis sobrinos a ser reyes en el campo. Lo mejor no son las risas, ni los "tíaChari" que saben a pan recién hecho. Lo mejor es ver a Lucas saltar el riachuelo y escalar los árboles como cualquier niño de su edad, como si no hubiera estado nunca asomado al borde del abismo, como si no hubiéramos vuelto a nacer con él todos y cada uno de nosotros. 

Gracias al COVID me he sentado a la mesa con mi familia extendida, por primera vez en muchísimos años, y me he levantado tres horas después harta de risas y de batallas. Un cumpleaños improvisado para los 44 de Sara, que para mí llevaba sin cumplir desde los 32. Gracias al COVID, planes de futuro.

Gracias al COVID he abrazado a mis hermanos en tandas de muchas veces, he compartido nimiedades y silencios, y hasta noches de juegos de mesa como si hubiera tiempo que perder.

Gracias al COVID he conocido a Carlos, el tercero de Maite, y me he tomado un café al sol con mis dos amigas de toda la vida, como si no hubiera mañana, como si no hiciera diez años que no estábamos las tres juntas.

Gracias al COVID he aprendido a apreciar las cosas pequeñas, a ser feliz porque hace sol por la mañana, y porque anochece tarde, y porque hoy no llueve, o porque he salido a comprar el pan y me he encontrado con antiguos conocidos. Tienes que haberte marchado lejos mucho tiempo para poder apreciar lo maravilloso que es encontrarse a la gente por la calle, coincidir, haber llegado al mismo sitio sin anunciarse, sin buscarse, y aun así tener el tiempo de pararte a charlar, alegrarte por ello y seguir tu camino con una sonrisa más ancha, porque sigues perteneciendo a este lugar.