domingo, 16 de junio de 2019

La Gira

He recorrido 5000 kilómetros para verte, podría haberlos recorrido a pie, a nado, o a rastras, y también habría valido la pena. Al igual que "ya quisiera el oro ser tiempo", ya quisiera la distancia ser olvido. Hace 7 meses, Lauri me envió una captura de pantalla con una fecha y un destino: 15 de junio, Madrid. No dudé, acepté el trato: "consigue la entrada y me compro un vuelo". Siete meses después le dije a Inés al cerrar la puerta: "Adiós cariño, mamá se va a España a ver a Alejandro Sanz", y ella, feliz, contestó: "¡Adiós mami!". Aunque aún no comprende lo que significan las distancias, a sus dos años de edad ya sabe quién es Alejandro Sanz y lo importante que es para su madre. Asistió a su primer concierto con sólo 4 meses, y aunque es pronto para comprender magnitudes, ya sabe que algo muy grande crece dentro de mamá cuando escucha tus canciones. No espero que nadie lo comprenda, pero creo que ella lo hace, por eso no ha derramado una sola lágrima en estos 4 días sin su mamá.
Llego a Madrid que también es mi cicatriz, al igual que la tuya, la ciudad por la que entré al mundo y que meció mis años de niña, la ciudad donde nos hemos citado tantas veces desde aquel Viviendo deprisa en el parque de atracciones. Durante los últimos 25 años, mi vida ha sido una evolución constante, gradual o abrupta dependiendo del cuándo. Sin embargo, mi lealtad hacia tu música ha permanecido estoica, inamovible, sólo haciéndose más fuerte y cabezota cuando tus canciones se volvieron oscuras y los jueces necios despreciaban el arte sin comprender que la vida es cambio, y que al igual que Sorolla, tú también tuviste tus épocas de luz y sombras. Luego vinieron las mías, y tantas veces me refugié en tus letras que a menudo fueron cosidas a mis álbumes de recuerdo anímico, actuando como banda sonora de un largometraje que un día se prendió fuego y hubo que reconstruir con mimo y cuidado. Nos cantamos a grito pelado en las Ventas de Madrid, también en el Vicente Calderón muchísimas veces, en el Palacio de los Deportes, en Córdoba, y hasta en Boston, cuando ya mi nombre no figuraba entre los empadronados en España. Comprendí que no es lo mismo ser que estar y que la vida hay que conducirla como un tren de alta velocidad que transporta explosivos. No sería la primera vez que hago coincidir mis vacaciones con uno de tus conciertos, pero esta vez el algoritmo de la maternidad y el trabajo no me ha permitido tanto, así que me he limitado a embarcar mi corazón en un viaje de fin de semana que ha resultado ser fascinante. Creí que venía a un concierto, pero en realidad he venido a arrancar lágrimas futuras, a abrazar el trozo de mi alma que se quedó con mis padres, y que tú me has dedicado sin saberlo en la portada de tu disco y de mi corazón.

Como doce horas de aviones y escalas no me parecieron suficientes, hice otras cuatro horas de cola a las puertas del Wanda Metropolitano para poder acompañarte un poco más cerca. Cuando por fin llegó el momento de volver a verte en el escenario, se me escurrieron dos décadas y lloví recuerdos por dentro, como si tuviera una copia de seguridad de todos aquellos momentos que creía perdidos cuya clave se esconde secretamente entre tus letras. Esa es la magia que me embarga desde niña, y que sólo la sensatez y la realidad de la madurez envuelven en el marco perfecto que me eleva a un nirvana privado. Porque ahora soy adulta y puedo darme cuenta de que es un privilegio poder sentir como siento, poder viajar en el tiempo subida a tus partituras, poder defender la letra de TODAS tus canciones, y sentir orgullo y no vergüenza al reconocer que he recorrido diez mil kilómetros en un fin de semana para volver a vivir veinticinco años comprimidos en dos horas y media.
Los científicos buscamos respuestas de forma empírica, elaboramos teorías y pretendemos comprender el porqué racional de todas las cosas; pero cuando se trata de ti, para mí es como una fe contra la que no puedo luchar, una religión poética que tiene sus propios mandamientos, y me obliga a reconocer que en realidad no he viajado en el espacio sino en el tiempo. Vuelvo a Boston con la satisfacción de haber vivido una noche mágica e imborrable que me abrocha otro poco a Lauri y a mi propia alma. Nos miramos con ese reconocimiento inexplicable y sincero para grabar en nuestra memoria otro recuerdo más. Pero estos recuerdos no se guardan en imágenes ni en palabras, sino en sentimientos que aflorarán una y otra vez cuando escuchemos de nuevo los acordes de tu guitarra y mi emoción se descodifique en un torrente de sensaciones maravillosas. Esta energía renueva mi luz interior y no permitirá que me quede a oscuras, ni si quiera cuando lleguen las sombras de la nostalgia que quieran llevarse mi fe. Al contrario, bailaremos juntas en la reminiscencia del miedo que se ha ido quedando pequeño, y que al pasar por delante de puntillas y ver lo que hemos conseguido, sólo puede darse media vuelta y replegarse hacia el pasado, allí volveremos a buscarlo siempre que queramos, siempre que necesitemos sentirnos vivos, pero allí lo dejaremos luego para seguir mirando hacia delante.

domingo, 9 de junio de 2019

Mi Mantón

Mi mantón estaba dormido en un rincón de Madrid. Tocado con mimo y magia, replegado y hambriento de luz; tímido azul escondido entre arrogantes rojos y negros, suspirando por ver el mundo y desplegarse con el viento. Mi mantón tarareaba en su estante alegrías de otro tiempo, sintiendo el cielo infinito reflejado en la vitrina. Era diciembre y Madrid se había vestido de luces, como una gitana sencilla a punto de ir a casarse. Mares de miles de pies desgastaban el asfalto, pero sólo unos llevaban tacones con lunares rojos pintados a mano. A su paso, los adoquines de la Plaza Mayor se iban engalanando, transmitiendo esa corriente continua que me va enhebrando al suelo, cosiéndome un sentimiento que ningún país o ciudad ha conseguido replicar. Mi corazón ya bailaba en su jaula de alegrías, latiendo en simples compases, como de una voz que goteara derramándose dentro de mí: un dos, un dos-tres, cuatro-cinco-seis, siete-ocho, nueve-diez... un-dos.... su latir se aceleraba atraído por una fuerza magnética, sin saber que estaba a punto de enamorarse perdidamente.
Entré en aquella tienda y mis ojos se clavaron en él. Se miraron, se reconocieron, y supe que estaba perdida. Otros fueron apareciendo, menos hilo, menos seda... pero mi corazón ya no quería mirar a ningún otro lado. Pedí verlo y fui advertida: que si estaba segura de poder pagarlo. En realidad me hice un poco la fuerte, dije que seguiría buscando, y hasta yo misma lo creí. Fue entonces cuando me lo acercaron... y lo abrí, y se desplegó como una orquídea rara que florece una sola vez en medio de la selva. Entonces comprendí que el mar puede contenerse en un retal de seda bordado, que la primavera efímera acababa de hacerse eterna. Comprendí que el azul ya nunca sería otra cosa para mí, porque aquella obra de arte la habían creado los dioses. Lo escuché, me susurró con su seda y me abrazó el alma desde fuera. Yo ya estaba tan débil que apenas podía negarme, así que abrí mis brazos y me cubrí con sus flecos. Caí al vacío, me crecieron alas, me sentí volar, y los dos supimos que nos habíamos encontrado.
Cruzó el mar como un ave migratoria que se refugia del frío (sólo que al contrario), y conquistó esta tierra con tanto arte que todas las bocas se abrían al revelar su envergadura. La primera vez que bailamos me sentí como una reina guerrera: poderosa, magna, imparable. Fuimos dos alumnos torpes durante algún tiempo, sólo hasta que nos cogimos la medida. Después dejamos de pisarnos y enredarnos para volar en armonía. Laura compuso esa danza que nos llenaba de voz, nos permitía abrazarnos en público, exponernos, desnudarnos, recorrernos hasta el infinito. Bailábamos los dos solos aun rodeados de gente, mirándonos, midiéndonos, en el ritual íntimo de una pasión que pocos pueden entender. Los acordes de guitarra nos han ido dando un destino, y hasta el viento nos ha rodeado celoso y con el orgullo herido. Al Paraíso de la Alegría llegué bailando contigo, y con el alma arropada ya nunca más tendré frío.