jueves, 20 de febrero de 2020

Tu primer trienio

Ha volado el tiempo, ¿no? No hace tanto que abrías por primera vez los ojos al mundo, negros como la infinidad del miedo que se replegaba para no mostrarse en los míos. Y luego fueron pasando los días y eran fáciles, y nos reíamos de los errores de primerizos que no cometimos. Te incorporaste a nuestras vidas ocupándolo todo de repente, y nos parecía hasta injusto no darte un poco más de espacio. Nunca he sido de esas madres abnegadas, reconozco que aún hoy mi cabeza se recrea en los ratos de esparcimiento; pero es cierto que cada vez más te cuelas en ella a todas horas, en realidad, nunca te marchas. Has entrado a formar parte como un repliegue de mi cerebro que es vital y decisivo, que canta "How far I´ll go" y "Let it go" cuando menos me lo espero. El primer año pasó al tran-tran, como un tren de nueva generación recorriendo vías viejas, como haciéndose a la idea de los límites que lo contienen. En tu primer cumpleaños ya vivíamos en la casa nueva, y organizamos una fiesta con lo poco que podíamos permitirnos, muy a la española, con gusanitos rojos y patatas fritas y una tarta de galletas receta de la abuela Antonia. Eso sí, rodeados de la familia bostoniana, ya que la otra, la de verdad, quedaba un poco a desmano.
Tu segundo año de vida comenzó con tus "no a la comida", igual de vehemente que el "no a la guerra" pero menos saludable. Entonces se nos apagó un poco la sorna de la primerez, y comprendimos que la cabezonería también se hereda, y que íbamos listos. También empezaste a andar, a hablar, primero palabras sueltas que luego se cogieron de la mano, y al final no dejaban espacio para pasar entre ellas... a veces nos tiran de la impaciencia y otras veces, la mayoría, nos sacan esa carcajada que se cuelga de la realidad cuando comprendes que en la mente de un niño toda conjugación es posible.
Tu segundo cumpleaños fue otra meta ganada, un año más superado. Atrás se quedaron los pañales, el no pagar en los aviones, las peleas con la comida y el miedo a tragar piezas pequeñas. Esas pequeñas victorias que nos da la vida y que no pesan casi nada, pero en la balanza de la paternidad pueden imponer criterios, energía, somnolencia, y hasta ganas de vivir. ¿La edición genética? noooo, ¿crecer retinas en una placa petri? qué va, ¡lo difícil es criar un hijo! ahí sí, mi madre me gana en doctorados. Y cuando digo criar voy mucho más allá de los abrazos y el cariño infinito, voy a esas veces en las que estás molido, enfermo, deprimido, y te tienes que poner el traje de superhéroe porque nadie tiene la culpa de que ya no seas un niño. O esas otras veces en que no te da la vida para llegar a esa entrega, o a esa reunión que tantas horas invertiste en preparar sin contar con que el día D tu hija se pondría enferma y habría de pararse el mundo. Porque por mucho que corras, el mundo se para, se para cuando tienes fiebre, se para cuando pataleas, se para cuando son las diez y no me ha dado tiempo a sentarme, eso sí, se para sólo para mí, ahí fuera todo sigue como si nada... Pero también tienes poder sobre la fuerza centrífuga que lo mueve, y los días pueden durar mucho menos de 24 horas cuando tú te lo propones. También las semanas se acortan y se juntan los lunes con los viernes... Y así, en un par de zancadas, al fin ha llegado febrero otra vez, ese mes que te ilusiona tanto porque es tu cumpleaños, aunque tengas que esperar infinito hasta que por fin llega el día 20. Y el día 20 llega y casi no puedes dormir, revoloteas, estás atacada, y yo observo esta película de la que formo parte y no desde hace justamente tres años. Tres años que han durado tres siglos pero también tres minutos. Me siento 30 años más vieja pero 300 años más sabia. Mi energía se va pegada en las suelas de tus zapatos, y siento que estos tres años han sido, sin duda, los más productivos de toda mi vida. Qué curioso, Inés, que antes de ti creía que lo tenía todo. Qué equivocada estaba, Piti, si no sabía lo que era el regocijo de estar escondida esperando a que me encuentres, ni lo satisfecha que me siento cuando te encantan mis dibujos. En estos últimos meses me ha crecido la imaginación. Se me estaba quedando seca, ¿sabes? y tú me has regado los sueños. Y aunque a veces sienta que no puedo más, que no tengo batería en el alma, tú me recargas con esos besos que me das sin haberlos pedido, o cuando me abrazas con tus tequierodeaquialalunayvuelta. Me da la vida esa cara de felicidad cuando Loli te huele la mano, el sabor nuevo de las cosas viejas. Cuando escucho mis propias frases en esa lengua de trapo, y tengo que reírme a escondidas porque es mi deber educarte. Y qué difícil es educar, que no es criar, que no es abrazar, es negar muchas cosas fáciles, es corregir los errores con mano derecha, es hacer acopio de una paciencia que nunca he tenido, es templar, moderar, procurar, querer, deber, saber, enseñar, comprender, escuchar, elegir, llorar, reír, cantar, bailar, levantarse, arrastrarse, revolcarse, recordar, no rendirse, no claudicar, no ceder pero ceder, no desganar, dejarse ganar, luchar sin pelear... y todo ello sin descanso. Sólo espero que este trienio me conceda ciertas ventajas, que el sueldo me suba un veinte por ciento en besos, pero sobre todo que me ajusten los días mocosos porque en esta profesión uno no puede darse de baja. Felicidades Gitana, por un año más inventando cuentos.