miércoles, 25 de enero de 2012

Soledad, ¿a qué has venido?

La soledad te sorprende a veces con toda su ansia, egoísta... un peso muerto que te cae sobre los hombros como un chal de plomo. La soledad es un mal del mundo que no se contagia, pero tampoco se cura. Y cuando llegas a casa y te espera con regocijo en el sofá, cuando sabes que estará allí por mucho tiempo, sientes ganas de gritar, de correr, de parar el mundo y salir a trompicones entre la gente a buscar un lugar donde esa maldita no pueda encontrarte.
Las personas, aun con esto, tenemos o deberíamos tener el juicio necesario para saber que es efímero, o al menos contamos con herramientas para crear una solución a corto plazo. Los animales, sin embargo, y hablo de aquellos animales que llamamos “de compañía”, no pueden esperar nada que no sea rutinario. Y cuando te marchas de casa cada mañana, te miran con esa carita de: vas a volver, ¿no? Y aunque su instinto les diga que sí, y sean incluso capaces de establecer tus horarios en sus biorritmos, siempre tienen ese miedo infundado a la soledad.  

 Mi paseo matutino hacia el trabajo es bastante ameno, mi primera estación siempre cae cerca de la casa de mi vecino, donde, los días que no hace mucho frío, puedo saludar a Idefix y al Husky de los ojitos de glaciar. Hace poco, en la siguiente manzana, han abierto un centro de día para perros. Esta mañana, cuando pasé por allí, tres de ellos se deleitaban entre juegos y carreras. La felicidad producto de la compañía, sin duda...
 

Sin embargo, cuando volví por la tarde, el cansancio
se había apoderado de los que todavía quedaban allí. Quizás el juego y la diversión habían sido suficientes por tiempo limitado, y habían dejado paso a ese miedo, a la incertidumbre de no saber si alguien volverá a buscarlos. La falta de raciocinio contra la sabiduría del instinto... una ecuación que conduce irremediablemente al sentimiento de soledad. Y como si fuera un mal físico, se apodera de la tensión de sus patas y les mece despiadadamente contra el suelo.

Unos pasos más adelante, en una soledad distinta, ahí estaba... haciéndose el dormido en ausencia de su alegre compañero.
Supongo que también la espera ha de ser dura para él, que no puede tener la certeza de si Idefix volverá. Me acerco para tocarle la cabecita, está suave al tacto... La magia de un gesto tan leve como una caricia le ha restado una pizca de soledad a sus ojos, y con eso me conformo, también su mirada le resta, cada día, un poquito de soledad a mi corazón.

2 comentarios:

  1. Joder Chari... qué bonitas palabras. Me ha encantado esta entrada.

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  2. Muy bonito, sí Sra.

    FAMILIA CULEBRAS

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