martes, 3 de junio de 2014

De boda en Boston

La invitación ya apuntaba maneras... un link que conducía a una web en la que Alicia y Nick, provistos de  papel, camisetas blancas y rotulador, protagonizaban un cortometraje mudo al más puro estilo del gran Charles Chaplin. Sobre las camisetas se dibujaban el uno al otro los "típicos" trajes de novios, volantes de papel incluidos para la novia e invitaban a formar parte de la que prometía ser una celebración sin igual. La boda de verdad, la del ayuntamiento, esa ya tuvo lugar un día de mucha nieve, hasta fueron recibidos con un aplauso por presentarse a leer sus votos en un día tan crudo que las otras parejas decidieron que igual no se querían tanto. Él, americano, natural de Massachusetts con todas sus consecuencias. Ella, catalana, natural de Barcelona pero con un arte flamenco que no se puede aguantar. Una relación pintoresca donde las haya, en la que él habla inglés, ella contesta en castellano y así sucesivamente sin entrar de momento en el catalán, aunque estoy segura de que todo se andará.
En la web-invitación podíamos elegir la boda de Boston, la de Barcelona, o las dos. Nos ha tocado Boston por eso de que vivimos aquí, y porque cuesta un riñón viajar a España, a pesar de que la excusa bien lo merecía. El caso es que la boda bostoniana se anunciaba a sorbitos cortos con pequeños adelantos cibernéticos. Sólo sabíamos que iba a ser en Concord, a unos 40 minutos de Boston, en la casa de la madre del novio, ahora ya a toro pasado rectifico, en el caserón de la madre del novio que se yergue a los pies de un lago rodeado de bosque y verde hasta donde alcanza la vista. Llegamos siguiendo las indicaciones "Alis & Nick¨desde el aparcamiento hasta el jardín del Edén, decorado con farolillos de colores ¡y con girasoles!.

Nos sentamos en esas sillas plegables de las películas a la espera de la que sería la más cachonda de todas las ceremonias. Se abren las puertas de la casa y aparece un destello azul colgada del brazo del novio.
Es Alicia, que se ha puesto el océano como traje de novia. Con un velo azul pitufo y un ramo de girasoles, se presenta ante los oficiantes, que son a su vez los hermanos del novio. La madre del novio, angloparlante, lee con mucho arte una carta que la madre de la novia ha escrito, y ésta hace lo propio con la carta escrita en inglés por su consuegra. Es desternillante ver a ambas dos cogidas del brazo y dándolo todo para pronunciar correctamente en ese otro idioma que ninguna de las dos comprende. Luego está lo de rellenar huecos, palabras aquí y allá que encajan forzadas en las frases y que resultan en disparates como el teléfono escacharrado. Tras un buen rato de risas, los novios ponen el punto final a la cuasiceremonia con un beso peliculero. Pasamos a la zona de mesas, cada uno con su silla plegable bajo el brazo, hacemos cola con nuestro platito de madera para disfrutar del cerdo asado acompañado con ensalada de patata y verduras al horno. Tartas de zanahoria, chocolate, limón, frambuesa y gin tonic, nada falta en esta fiesta. 
Y para terminar, algunos valientes se dan un chapuzón en el lago, para mí aún no es suficiente verano, así que me quedo en la orilla disfrutando de las vistas de un maravilloso paraje donde desde luego no me importaría vivir. 
No creo que sea la típica boda americana, es más bien una fusión de América, España y Alicia, pero desde luego que ha sido un evento inolvidable.  ¡Vivan los novios!