martes, 25 de septiembre de 2012

De por qué soy feliz en Boston

Amanece pronto, como a las cinco... pongo un pie detrás de otro para salir de los sueños, los que aún habitan en mi mente perezosos para marcharse, saben a plomo y a mezclas. Ya hace tiempo que mis sueños se componen de aleaciones españoloamericanas, vamos, que lo mismo me encuentro a un Humanense por Cambridge que a uno de Boston por Triana. Es extraño cómo la mente es capaz de adaptarse a las nuevas circunstancias confiriendo plasticidad a mis conexiones neuronales más tozudas. Es cierto que he conocido mucha gente a lo largo de mi vida, en distintos ámbitos y con historias diversas; pero en Boston se concentra en tiempo y espacio lo que correspondería vivir con mayor laxitud en otro lugar, y así, a semejanza de la edad en los perros, un año en Boston equivale a unos siete en España. Será porque cada vez que salgo, sin excepción, conozco a alguien que me había estado perdiendo hasta ahora. No hablo de los compañeros de principio de curso, ni de los colegas de gimnasio, sino de sentarte en una mesa del Faialense, que viene a ser un bar de polígono tipo BBC pero con comida portuguesa (divina, por cierto), y tener a un lado un italiano y al otro una brasileña, de frente un americano y detrás unos cuantos catalanes. Siempre es una aventura, ¿quién será hoy? Y como la estadística juega favorablemente en este punto cardinal, colocando estratégicamente Harvard, MIT, Boston University y otras cuantas entidades de superlujo intelectual separadas tan sólo por un paseo en bici, las probabilidades de conocer gente interesante se elevan exponencialmente por encima de cualquier predicción. 
He mirado siempre las estrellas, me he sentido pequeña bajo su manto... y sin embargo, nunca me había parado a pensar en la Astrofísica. Aquí ya he conocido al menos a cuatro personas que se dedican a ello. Y me resulta apasionante comerme un bacalhau à brás mientras un astrofísico me habla de la implosión de las estrellas, de agujeros negros, de galaxias... de sustantivos asociados inevitablemente a la ciencia ficción y a la poesía... y sentir que me hago pequeña, diminuta, y siento vértigo de repente, como si la gravedad dejara de hacer efecto sobre mí.
Siempre he pensado que los psicólogos están locos, no una locura de libro con sintomatología expresa, pero sí un poco idos de la olla... Creo que mis sospechas son ciertas, y es que hace falta estar un poco enajenado para poder entender la mente humana. La neurociencia lee un libro echada en el sofá de al lado, tiene una colcha de lunares, lee ondas cerebrales y las interpreta cual partitura, canta locura, toca en el alma, le da la vuelta a la risa... se ha traído a Porter la hermana que nunca tuve, quiere asar gatos.
El mar baila al son de la luna, las mareas son los celos de las olas, muy pegados, que se quieren, que se odian... volantes de un traje flamenco que esconden debajo el submundo. Las esponjas son bonitas, coloridas, extrañamente rasposas... no sabemos gran cosa de ellas, ¿lo habíais pensado? No... yo tampoco, aquí hay gente que sí. Pero párate un momento y asimila cuánto conocemos hoy, de todo... de nada... ya sabemos que la Tierra es redonda, sabemos la estructura del ADN, sabemos que la suma del cuadrado de los catetos es igual al cuadrado de la hipotenusa... ¿por qué lo sabemos? obviamente, porque alguien se molestó en averiguarlo. ¿Qué duda cabe entonces que necesitamos saberlo todo, o casi todo, a pesar de que nos parezca que no tiene ninguna relevancia? Por eso cuando me levanto cada mañana, la sonrisa me sabe a poco, por eso cuando pedaleo hacia el laboratorio, ya voy con la música puesta en el vestido, con la vida por montera... Por eso cuando alcanzo un hito, por pequeño que sea, hace que todo merezca la pena. 
De por qué soy feliz en Boston... porque aquí empieza el camino de baldosas amarillas, aquí vivo intensamente porque no existe mañana, y quiero saberlo todo y lo quiero ahora. Porque los amigos son familia, porque la casita de madera que antes estaba vacía, ya hace hogar...
De por qué soy feliz en Boston... ¡qué te voy a contar! Si de veras quieres saberlo me tendrás que visitar ;)

martes, 18 de septiembre de 2012

La criptonita sabe a sobao

Que España desde lejos parece vulnerable, escocida, una muñeca de trapo con la que el mundo juega sólo un rato antes de pasar a algo serio. Que a España todos vienen de visita, por el vino, por las tapas, por los San Fermines, por el clima. . . hasta por su gente, mira tú, que a pesar de estar siempre de escaqueo y durmiendo la siesta parecen muy hospitalarios. Angela veraneaba con sus padres en Mallorca, rosita de sol y playa admiraba el aire templado del Mediterráneo, idílico, un paraíso vacacional. Comenzó a gestar la idea de comprar todas las calles del mismo color y poner algunos hoteles, pero claro, había oído tantas veces comentar la situación nefasta de aquel país. . . La construcción apuntaba hacia arriba con desaire, abocada a una caída libre del todo imparable. Pero todo lo que sube, tiene que bajar. Y al fin... cayó, y dejó sin trabajo a la mitad de los españoles e hipotecados hasta las cejas a la otra mitad. Menos mal que llegó al poder un señor con una capa roja de superhéroe que les iba a sacar a todos de la crisis bubónica sin pasar por la casilla de salida, lo único que tenían que hacer era pagar un pequeño porcentaje de sus rentas al señor feudal y hacer una ofrenda satánica para empeñar el alma. Entonces Angela decidió que era el momento de comprar, de construir hoteles, los ferrocarriles. . . ¡qué inversión! y así luego poder vendérselo al superhéroe a precio de oro. No obstante, éste no iba a ponérselo fácil, primero tendría que engañar a todos los habitantes de esa España cenicienta, habrían de creer que aquello era bueno para su país, de hecho, empezaba a gestar un plan: ¿y si todos fueran unos ignorantes? ¿y si pudiéramos manipular la televisión, los periódicos. . . ¿esto no lo hizo alguien ya? ¿y si les hiciéramos creer que la criptonita sabe a sobao? Es más, como hay demasiados listillos que sacan rápido esos carteles pinchados en un palo, la mejor opción es reducir a los listillos. . . Veamos, si subimos el precio de las multas, el pago del feudo, los servicios sanitarios y todo lo que hasta ahora les había hecho creerse con derechos . . . es más, si privatizamos la educación de forma que sólo los hijos de los señores puedan estudiar. . . ¡voilà! Tendremos lo que queremos. . . ¡¡un rebaño de corderitos mojando criptonita en la leche!! Hay que empezar por echar a la calle a los maestros, que son unos listos, que encima de que ilustran a la plebe, quieren ampliar el gremio. Y luego a los médicos, y sobre todo a los científicos. . . pero ¿qué se habrán creído? todo el día jugueteando con el plantanova y gastándose el dinero público en busca de respuestas a preguntas absurdas. . . no no no, mejor que se vayan a hacer las Américas. Ay Mariano, pero es que el cáncer no entiende de ideologías políticas. . . menos mal que aún podemos comprar una bula papal y que nos la pongan por vía intravenosa.

domingo, 2 de septiembre de 2012

Vistos para sentencia

Vistos para sentencia, todos, sin excepción, uno a uno como si de un cuentagotas gigante se tratase, vamos cayendo aquí y allá descuidadamente, dejando un rastro minúsculo a nuestro paso. Algo que te coge por sorpresa en Boston cuando menos te lo esperas. . . Justo cuando empezabas a sentirte en casa, cuando por fin habías encontrado tu sitio en el seno de una familia postiza de extranjeros, en ese momento en el que has conseguido vencer a la pereza y apuntarte a todas las reuniones sociales, de repente. . . ¡zas! alguien se marcha. Y esto te pilla de sopetón aun sabiéndolo desde el primer día. La temporalidad formaba parte de la aventura desde el principio, pero escuece cuando se pone puñetera en las formas. Como no sincronizas con nadie tu estancia aquí, todo solapa según va viniendo y entras a formar parte de la vida de los que llevan aquí cinco años como también acoges en tu rutina a los que van llegando con el miedo asomando por los bolsillos. Y aunque las fiestas-despedida se dan con una frecuencia de aproximadamente una cada tres meses, pues no acabas de acostumbrarte.
Alejandro llegó rezumando vida e hiperactividad por los cuatro costados, quemó Boston en dos meses y voló a Dinamarca vía Toronto... a pasar la noche, porque la noche de las fieras se esperaba fría, nada sabía de lo que iba a dejar tras de sí. Fito se fue con un hasta luego, volvió con un hasta pronto y se marchó con un "nos vemos en Madrid". Y aunque sabes que puede que sea cierto, te parece tan lejano que da hasta rabia. Nick que estaba aquí de siempre, ahora se va ¡¡a Colombia!!, dejando el país de las maravillas sin el príncipe de las Converse... claro que Alicia ha lanzado ya la moneda al aire para elegir su próximo destino. . . ¡Ah no! eso ni pensarlo, Leland Paradise no puede quedarse sin patrón. La otra mitad de Leland ya tiene claro el próximo welcome, que será en Canarias, al menos está sólo a un meridiano. Jaclyn salta de este a oeste y se queda en California, a la costa de los ecologistas hippies que beben distancias. Edu se sienta a pensar en el próximo movimiento. Susanna mira hacia arriba esperando ver de qué lado caerá su moneda. . . aún está un poco alta para vaticinar, me da la impaciencia. Y en este devenir de adioses y ¿a dónde ahora? me puede el miedo, me ahoga la vida, y pienso que nunca vamos a dejar de ser temporales. Se mueve el suelo bajo mis pies, la incertidumbre, el no saber qué, quíén ni cuándo, ni mucho menos hasta cuándo. Me da el frío. . . Pero entonces, en la misma fiesta-despedida de Raúl, que dentro de una semana estará comiendo jamón y durmiendo con las persianas bajadas, aparecen dos caras nuevas, asustadas aún, pero conformes, para quedarse, digamos, más allá de mis previsiones. De nuevo saco el pie de la cama y tomo tierra, el mundo sigue girando, pero yo me las he ingeniado para subirme a él. La vida continúa en Boston, aunque todos estamos vistos para sentencia.