martes, 3 de septiembre de 2019

Te voy a seguir siempre

Los posts de este blog siempre han salido de un tirón, nunca he reescrito casi nada, pero sobre todo, nunca he dudado ante la primera frase. Ésa es una frase que pide nacer, que suele cocerse a fuego lento mientras hago la colada, voy en bici al trabajo o le cambio el medio a mis células. Hoy, por primera vez, he reescrito la primera frase hasta cuatro veces, antes de decidir que lo mejor sería usar la sinceridad. Quizás porque cuando escribo no busco un público, ni un destino, sólo busco caminar para ir descubriéndome a mí misma. Desde aquí me acerco a los corazones que ya duermen en España, a las sonrisas somnolientas que habrán de formarse mañana. Es también mi idioma, ya sabes. Sin embargo hoy es distinto, porque si tus ojos alguna vez acarician estas letras, podrás ponerles una cara, una historia, el calor efímero de quien te abraza como si te conociera de toda la vida. ¿Pero es que acaso no es así? Cuando gritas el alma a los cuatro vientos, con o sin canción, te expones a ser admirado y querido, te expones a ser analizado y comprendido. Tu poesía es el guión de la vida de muchas personas, que sin ser lo mismo se adapta fiel a todas ellas como una historia que se narrase a posteriori, y sin embargo, todas esas personas somos diferentes, a veces diametralmente opuestas, ¿no te parece maravilloso? Es una melodía consenso que no se escribe una sola vez, sino que se reescribe en cada momento que vivimos, en cada error que cometemos, en cada vuelta atrás que ya no hay. Mi distancia con España me ha brindado el privilegio de comprender esas otras historias que se narran con otro tipo de nostalgia, que quien no ha vuelto a su ciudad no puede comprender lo que es volver a estar entre tu gente. A este lado del mar la gente también se identifica con tus letras, y me embarga la emoción cuando se alzan miles de voces de todos los colores para cantar al unísono el Corazón Partío en el Madison Square Garden de Nueva York. ¿Pero qué hago yo allí? Empecemos la historia por el principio:
"Hay alguien que te quiere conocer", podría haber sido el título de un programa de televisión de esos malos, podría haber sido spam, podría haber sido una broma pesada... pero resultó que era verdad. De todas las formas en las que me había imaginado conociéndote (y fueron muchas), ninguna contemplaba la posibilidad de que fueras tú el que quisiera conocerme a mí. Supongo que es la magia de las redes sociales, y aunque llevo toda la vida admirándote, es en esta era donde las palabras viajan más lejos y más deprisa. Así llegó a ti como un boomerang la emoción de ese concierto que diste en junio en Madrid. Y como una cola estelar, también la emoción que arrastraba de todas aquellas veces en que me escribí la vida con tu música. Mis viajes en el tiempo son cada vez más necesarios, porque la vida corre demasiado deprisa y yo quiero aferrarme a las camisetas de los conciertos, a los viajes en el Renault Clio de Lauri con tus discos a toda pastilla, volviendo del Vicente Calderón en una nube de energía positiva que le restaba importancia a todo. En España he recorrido los kilómetros a cientos, después he volado miles de millas atlánticas en un solo fin de semana, y por último he conducido seis horas en un tráfico infernal para volver a verte de nuevo en Nueva York, eso sí, si las otras veces merecieron la pena, ¡qué te voy a contar de la vez en la que iba a conocerte! No llegué a creerme del todo que aquello estaba ocurriendo hasta que se abrieron las puertas y te vi al otro lado, tan cerca que eras alcanzable, con el semblante cansado que te hizo humano de repente. Extraño y a la vez natural, porque te conozco de siempre (ya sabes), igual que te conoce Inés, que lleva escuchándote desde la 16 semana de gestación (antes no porque no tenía oídos). Por eso, a sus dos años y medio, esa pequeña endorfina del chupachups de fresa, se pasó las dos horas de concierto bailando sin parar y al día siguiente decía que ella quería ir otra vez "a oír cantar a ese señor"... Un día comprenderá que el primer concierto al que asistió (segundo, si contamos el streaming de +es+ cuando tenía cinco meses) fue un día inolvidable en la vida de su madre, y el poder compartirlo con ella y con Daniel fue simplemente maravilloso. Gracias por eso también. 
Como todo era irreal y no quería hacerme ilusiones, ni si quiera había planeado qué te diría. Por otro lado, tampoco habría sido yo si hubiera enjaulado mi espontaneidad. Fue un instante de aire y calor, y me quedé con ganas de decirte muchas cosas, ¡y de invitarte a una paella la próxima vez que pases por Boston! Pero la felicidad se me derramó a borbotones, así que estoy segura de que te llevaste parte pegada en las suelas de los zapatos. Veintisiete años, se dice pronto, esperando que se pare el mundo y caigamos en la misma casilla. Pero es verdad que tu cercanía anuló mi máquina del tiempo, no volví a tener once años, ni si quiera quince, qué va, me quedé en mis treinta y ocho para saber apreciar la suerte de conocerte por fin, a este lado del mundo donde se cumplen los sueños, donde el abrazo se deshizo por fuera pero te sigue abrigando de lejos, donde mi alma rezagada se escapó para rezarte como a un dios pagano: "te voy a seguir siempre".