martes, 22 de enero de 2019

He vuelto a jugar

He vuelto a jugar al escondite. He vuelto a hacer panecillos y gatos de plastilina. He vuelto a dibujar perros con alas de mariposa. He vuelto a subir en los columpios, a cantar a grito pelado, a andar a la pata coja y a vestir a las muñecas. He vuelto a reír por nada y a revolcarme por los suelos. He vuelto a ver el mundo desde medio metro de altura, de rodillas, sin expectativas, abierta a la posibilidad de poder volar bajo si cojo buen impulso, incluso a poder caerme si no mantengo los brazos estirados. He vuelto a ponerme de puntillas para mirar al otro lado, a bailar sin música, a inventarme historias de protagonistas conocidos. He vuelto a cantar canciones con mímica que me vienen a la cabeza en cuanto bajo la guardia en medio de una reunión.
Con Inés, la vida ha vuelto a empezar desde el principio, han vuelto las primeras veces, en otros ojos, desde otra perspectiva. Pero no todas repetidas, porque creo que nunca antes había jugado en los columpios con mis dos hermanos, nunca habíamos sido niños de la misma edad, y sobre todo, nunca habíamos tenido edad de saber apreciarnos como ahora.
Gracias a Inés no sólo los he conocido a ellos, sino a mis cuñadas, a mis padres... una nueva puerta se ha abierto hacia un mundo que ni si quiera ellos conocían. Si me dicen hace años que iba a ver a mi padre jugando a las muñecas no me lo hubiera creído, y mira ahora, acunando y dando el biberón entre peinado y peinado. Es un ciclo mágico que te guarda la vida, que se queda con el tiempo de los padres y se lo devuelve a los abuelos, en forma de ratos relajados que no tienen comida pitando en el horno, ni ropa en la lavadora, ni el despertador dándoles codazos por la mañana temprano. Ellos pueden pararse más rato, saborearlo, y comprender cuánto se gana del tiempo que no se empuja, que se requeda, que se empeña en expandirse y desperdigarse por la alfombra. Empiezo a vivir otra vez.