domingo, 5 de junio de 2022

Noches llenas de rincones

Esas noches en las que la vida se empeña en poner deberes. Esas noches para las que uno no nace preparado, pero es capaz de capear el viento con capotes de arcoíris a dos manos. Esas noches que empiezan a las seis con el sol aún alto y terminan a las dos de la mañana con tanto que celebrar que ya no quedan rincones donde esconder maletas vacías.

Llegaron con sonrisas anchas tirando de pequeños trolleys que contenían lo suficiente para afrontar los vientos frescos de las noches de mayo en Boston pero no dejaban hueco para todo lo que habría de ser transportado en sentido contrario hacia Madrid. Esperábamos impacientes jaqueados por el estrés de una casa por vender en un mercado que se ha vuelto lento y hostil. Un colchón en el suelo para los casi dos metros de Ángel supuso un desafío temerario para su recién reajustada columna. Luli pesa poquito, cada vez menos, porque acarrea otros estreses que se conjuran de lunes a viernes y vuelven a gestarse el domingo, así que pronto cogió el relevo. Víctor es lábil, moldeable, suavecito como sus pinceles; cabe en cualquier sitio. Abrazos en la acera, tapeo alrededor de la isla en la cocina, comienza la última reunión de "Fernández y Agregaos" en Boston.

Inés pregunta, exagera, tironea de sus mangas y sube la voz un par de tonos para que nadie pierda el hilo de sus historias majaderas. Nos transporta a ese mundo en el que hay más reyes que súbditos y todos reinan con magias recién pensadas. A lomos de su caballo imaginario nos lleva mucho más lejos de lo que queremos reconocer, y se asoma a las acuarelas de Víctor derramando purpurina y colorines que se llevan al maestro a las profundidades de los supermundos que nos rodean, descubriendo que todo es posible al otro lado del lienzo.


Nos vamos a la Acadia, qué maravilla, cinco horas de coche y no nos da tiempo de aburrirnos. Allí Inés da clases en inglés a alumnos más y menos aventajados. Algunos no paran de reír y son invitados a abandonar la clase amablemente. Hasta en eso nos ha salido americana... Ella y sus tíos han fabricado cuentos de flores, de gatos, de pájaros y hasta de murciélagos. Contemplo estas escenas y me reafirmo en mis decisiones, "era tiempo de volver". Nos estábamos perdiendo todo esto, se lo estaban perdiendo ellos, y ella. 

Cuatro días entre los parajes verdísimos de Maine nos ayudan a olvidar el estrés a ratos. Sólo a ratos, pues tengo las uñas comidas ya por la segunda falange. Paseos, escalada por la colmena para pisar la cima del mundo, piedrecitas de arcilla roja para dejar nuestra huella de aquella manera, jugarse la vida para conocernos un poco más, si cabe.


Me gusta llevaros a lugares donde nunca habíais estado, me gusta ser capaz de sorprenderos y de esculpir recuerdos de los que son importantes, de los que uno presume orgulloso toda la vida porque es simplemente maravilloso tener hermanos. 

Sólo este grado de confianza permite poner a trabajar a los invitados como si fueran la contrata de mantenimiento diario. Hemos limpiado y recogido esta casa tantas veces que podían venir a verla a cualquier hora sin pillarnos por sorpresa... bueno... casi. Recoged los zapatos y salir a la calle como si acabase de entrar la pareja cornuda. ¡Corred insensatos! Cuántas risas a pesar de todo. 

Los hermanos son esos que están a tu lado en los momentos más importantes, ésos que se llevan 70 kilos de tu lastre sin rechistar, ésos que se alegran tanto de tu felicidad que se les llenan los ojos de lágrimas desbordando la suya cuando por fin llegan las buenas noticias. Tan de verdad verdadera como sólo la familia saca el corazón a alegrarse por ti. En tres horas pasamos de beber para olvidar a celebrar que hemos vendido nuestra posesión más preciada en América, nuestra querida Dana 26. Deshelamos margaritas con risas en la garganta. Desordenamos los rincones que tan pulcros se antojaban estos días. Por primera vez en mi vida estoy contenta con tanta entropía. Zapatos por todas partes, maletas a medio hacer, bolsas apestosas y ropa enredada. No importa, mañana aún hay tiempo, no tenemos que salir corriendo porque lo más difícil ya está hecho, ya hemos hecho las Américas.

martes, 10 de mayo de 2022

¿A quién le cabe su vida en una maleta?

Sobran los jerséis de lana, los gorros y las bufandas, sobran las botas de pelo, la tela de muerto y las capas. Sobran porque en mi maleta se acabaron las nevadas.

Sobran los vestidos viejos, de otra era en minifalda, sobran tacones de aguja, y las suelas desgastadas. Sobran trapos Desiguales de una alocada muchacha. Sobran porque esta maleta es de una mujer que marcha.

Sobran los diarios tristes de una vida que empezaba, sobran los recuerdos huecos que tanto me atormentaban, sobran los poemas secos derramados en la almohada. Sobran porque esta maleta, sólo albergará esperanza.

Sobran los libros leídos, los inciensos y las mantas, sobra la bisutería y las marcas en rebajas. Sobran las velas a medias esperando a ser quemadas. Sobran porque esta maleta es austera y despeinada.

Caben los viejos amigos en fotos ya desgastadas, caben los recuerdos nuevos, los dibujos, las palabras. Cargo en bolsillos pesados mis queridas Bostonadas, dejo todo lo que sobra, materiales de una casa. Llevo conmigo silencios, cicatrices y memoria, llevo los ecos del tiempo que compondrán otra historia. Llevo ganas de comienzos, de batallas y de gloria, llevo miles de argumentos, los de antes y de ahora.

Dejo en cambio los anhelos que arrastrados a la orilla crecerán como arrecifes que se arropen con la lluvia, morarán en el recuerdo de una década infinita, arrullándose en las olas que se rompen con la risa.

Saturan las cremalleras, aullando contra mi peso, cierra las fauces rabiosa queriendo avanzar el tiempo, pero aún quedan las semanas que han de borrar el invierno, las huellas en el camino que habrá de andarse primero. Queda lo bueno y lo malo de seguir y de quedarse, quedan las lágrimas raras de la pena por marcharse. Queda el vistazo a los huecos que tardaron en llenarse. 

Mi vida en una maleta y yo sin nada que ponerme, voy a probarme valiente, que siempre me ha dado suerte. Voy a ver si aún me caben las ganas de comerme el mundo. Si me sobra por los lados, me ceñiré la humildad, en el bolso llevo idiomas que serán mi libertad, pero patria, como madre, sólo hay una nada más, y la mía ya me espera con los brazos de abrazar.

martes, 1 de febrero de 2022

Estados de COVID-cinco: Gracias al COVID

Gracias al COVID, mis melanocitos campan a sus anchas en la superficie de mi epidermis en lugar de huir a esconderse en lo más recóndito de mi ser, huyendo de las frías nieves bostonianas y esperando a que llegue el verano. 

Gracias al COVID voy subiendo la cuesta de enero en una España que, aunque no inmune al virus, este año se ha guardado las Filomenas en los bolsillos de pana y ha sacado el sol a pasearse casi todos los días de la semana.

Gracias al COVID he cogido unos cuantos kilos que se me irán escurriendo en las tiritonas del invierno que me aguarda al otro lado del mes de febrero, con sus heladas insistentes y seguidillas de lunes a domingo. 

Gracias al COVID he celebrado un cumpleaños con mi sobrina, sexto para ella, primero para mí. Corto y llovido, pero en presente y en directo. 

Gracias al COVID he visto a mi padre salir de la oscuridad, iluminarse, recomponerse y tirar para adelante con la bolsa del pan en una mano y su única nieta en la otra.  

Gracias al COVID he llamado a la puerta de mi tía un día cualquiera y me he llevado a mis sobrinos a ser reyes en el campo. Lo mejor no son las risas, ni los "tíaChari" que saben a pan recién hecho. Lo mejor es ver a Lucas saltar el riachuelo y escalar los árboles como cualquier niño de su edad, como si no hubiera estado nunca asomado al borde del abismo, como si no hubiéramos vuelto a nacer con él todos y cada uno de nosotros. 

Gracias al COVID me he sentado a la mesa con mi familia extendida, por primera vez en muchísimos años, y me he levantado tres horas después harta de risas y de batallas. Un cumpleaños improvisado para los 44 de Sara, que para mí llevaba sin cumplir desde los 32. Gracias al COVID, planes de futuro.

Gracias al COVID he abrazado a mis hermanos en tandas de muchas veces, he compartido nimiedades y silencios, y hasta noches de juegos de mesa como si hubiera tiempo que perder.

Gracias al COVID he conocido a Carlos, el tercero de Maite, y me he tomado un café al sol con mis dos amigas de toda la vida, como si no hubiera mañana, como si no hiciera diez años que no estábamos las tres juntas.

Gracias al COVID he aprendido a apreciar las cosas pequeñas, a ser feliz porque hace sol por la mañana, y porque anochece tarde, y porque hoy no llueve, o porque he salido a comprar el pan y me he encontrado con antiguos conocidos. Tienes que haberte marchado lejos mucho tiempo para poder apreciar lo maravilloso que es encontrarse a la gente por la calle, coincidir, haber llegado al mismo sitio sin anunciarse, sin buscarse, y aun así tener el tiempo de pararte a charlar, alegrarte por ello y seguir tu camino con una sonrisa más ancha, porque sigues perteneciendo a este lugar.

martes, 30 de noviembre de 2021

Grande, Almudena

Te has ido dejando vacías las páginas, un anhelo eterno que ya nunca encontrará consuelo. Te has ido sin avisar, con todo a medias, dejando todas esas palabras perdidas en las sombras, traicionadas por la premura con que te marchaste. Nadie escribe como tú, nadie toca el corazón y lo arrulla con palabras de siempre que sólo en tus frases magistrales adquieren tintes poéticos. Nadie nunca podrá llenar este vacío. Desde que me enteré no me abandona la tristeza y la rabia, no me acostumbro a la idea de que ya nunca saldrá un nuevo libro de Almudena Grandes. 

Fuiste la primera mujer novelista que me zarandeó con "Malena es un nombre de tango", después vinieron "Atlas de geografía humana" y "Los aires difíciles", que recientemente he releído y me han vuelto a enamorar. "El corazón helado" se yergue orgullosa en el TOP de mis novelas favoritas, y tenía poco más de 20 años cuando lo leí. Aún recuerdo la pasión y la rabia que me despertaron aquellas páginas. Los "episodios de una guerra interminable" vinieron muchos años más tarde a mostrarme el mundo... A través de tus novelas he aprendido más historia de España que en mis clases de BUP. Tus personajes me despertaron una curiosidad por el PCE que había pasado de largo por mi adolescencia estudiando en el Instituto Dolores Ibárruri. Así de ignorante era yo a los dieciséis. 

El "Mercado de Barceló" me hizo consciente de lo importante que es vivir despacio, observar el mundo con los ojos de un recién llegado. Releyendo mis Bostonadas me he dado cuenta de que eso también se ha perdido ya. Las primeras impresiones y la capacidad de sorprenderme cada vez van menguando más aprisa. Sigo tratando de no perderme. Has dejado la colección incompleta, me quedaba tanto por aprender. Sobre todo lamento no haber ido nunca a la feria del libro a pagarte tributo. Vivir en Boston tiene esas desventajas, las cosas importantes pierden lustre y se decoloran hasta volverse monocromáticas. Me alegro, en cambio, de que aquel estudiante pasara por allí para convencerte de que recopilaras tus artículos de opinión en una última obra que no podía llamarse de otra manera: "La herida perpetua", ésa que has dejado en todos tus lectores, ésa que no sanará por mucho que vengan autores noveles, premios Planeta y todos los Nobel de literatura del futuro. La herida perpetua supurará tristeza que manará a borbotones durante mucho tiempo. La herida perpetua será ese lugar donde refugiarse cuando tenga sed de palabras hermosas, cuando mi intelecto perdido en este otro idioma llore por sus raíces de castellano bien hablado. Tus novelas serán un lugar donde resguardarme del frío, del climático y del humano, serán una fuente inagotable de conocimiento, porque al leerlas a diferentes edades siempre descubro lugares que había pasado por alto. Tus novelas serán siempre mis "estaciones de paso".

Adiós, maestra, diosa de las letras, qué legado dejas y cuánto te faltaba por contar. Sueño con que alguien revuelva en tus cajones y exhume otros personajes de la oscuridad de tu recuerdo. No quiero hacerme a la idea de que te has marchado para siempre. Prefiero pensar que cada vez que te relea volverás en otras formas, me darás aliento y argumentos, y será como si nunca te hubieras marchado.   


domingo, 7 de noviembre de 2021

IB08112021: El vuelo de los abuelos

Barajas repleto de pantorrillas abrigadas con calzado cómodo y los cordones bien apretados esperando a que se abran las puertas como el primer día de las rebajas en el Corte Inglés. Jubilados unos, otros por fin haciendo uso de esos días de vacaciones que habían estado reservando con el anhelo interrogante del que espera un milagro. Todos con las mismas ganas, todos en formación de a uno con sonrisas en los labios, en los ojos, y en el alma, todos con un objetivo común: conocer a sus nietos nacidos durante la pandemia.

Cuando a Elia empezó a crecerle la barriga no imaginábamos que no llegaríamos a tiempo para la baby shower, para el tercer trimestre ya estábamos todos encerrados. A Berta, como ya era el segundo y heredaba de todo, sólo esperábamos celebrarla en familia, en cambio observamos de lejos cómo sería el protocolo para bebés nacidos en pandemia. Para nada imaginábamos que tardaríamos meses en poder tocar a Álex y a Max. La primera vez que tuve a Álex en brazos ya casi no era un bebé, los días que se llevó el COVID ya nunca volverán. 

Paula visitó España con su barriga en plena expansión, volvió dejando a los abuelos con la esperanza de que las fronteras se abrirían a tiempo para ver nacer al pequeño Erik. No fue así, los tíos postizos arropamos a Lena las noches que su mamá estuvo en el hospital dando a luz a su hermano pequeño. La otra Paula y Bea fraguaron a sus chicos cien por cien made in America y se apoyaron la una en la otra como lo hacen las hermanas. No quedaba más remedio. 

La panza de Laura danzó mar adentro y se reconcilió con la Tierra, pero tuvo que conformarse con mirar desde la orilla el horizonte que se vuelca en la Península Ibérica. Sol llegó con su luz brillante sin abuelos ni tíos con quien jugar a las sombras.

Desde aquí seguíamos las noticias como quien tiene mucho que ganar, esperando que cantaran el gordo en cualquier momento. Llegaban rumores de que se abrirían las fronteras, pero no había más certeza que el deseo de todos esos padres, y la realidad era que USA permanecía cerrada al mundo. 

Recuerdo el día que me desperté y abrí el New York Times, en primera página el titular que llevábamos más de un año esperando: América permitirá la entrada de europeos vacunados el día 8 de noviembre de 2021. El WhatsApp echaba fuego, los calendarios ardían, el avión de Iberia se fletó en el tiempo que tardaron en venderse las entradas de "más es más". Los gritos se oyeron hasta en la Luna. Al otro lado del mar, decenas de abuelos brindaban con vida, pronto sus nietos dejarían de ser planos para materializarse en cuatro dimensiones y abrazarlos fuerte con sus bracitos pequeños. Álex podrá correr a recibir a su abuela, los brazos y el gateo quedaron en el limbo del tiempo robado. 

Ese avión no necesita queroseno, puede volar con las alas que les han crecido a los abuelos. Revolotean por la casa sin saber qué meter en la maleta, son tantas las emociones que han ido acumulando que muchos van a tener que pagar extra de equipaje. Llegarán al aeropuerto con diez horas de antelación, veintitrés kilos de ropita pequeña y peluches asomando de los bolsillos. Los abuelos traen los brazos de algodón para acunar a los pandemials en un arrullo infinito. Esos niños nunca han estado rodeados de gente, están acostumbrados a reconocer las caras sólo con verles los ojos, porque las bocas se encuentran vetadas detrás de las mascarillas, y con ellas, los besos francos de los allegados que mueren por dentro de tristeza y pena. Todas esas manitas pequeñas agarrarán el mundo y lo harán girar como una peonza, ya sólo quedan unas horas para que se rompa el hechizo. Regocijo, lágrimas, conversaciones cruzadas y fotos de bebés, así transcurrirán ocho horas de viaje por el cielo que une España con Boston. Cinco mil quinientos kilómetros de "mira el mío qué bonito es", "hay que ver las ganas que tengo de achucharlo", para por fin, a eso de las 7 de la tarde hora local, poner un pie en tierra americana después de casi dos años de exilio. Esas puertas abatibles se abrirán dejando escapar grupitos de abuelos buscando a sus nietos con la mirada. Ya en la calle y con el viento frío, decenas de bebés bien abrigados echarán sus bracitos al cuello de esos maravillosos desconocidos. Otra pequeña batalla ganada, ¡bienvenidos abuelos!   


miércoles, 3 de noviembre de 2021

Una década prodigiosa

Soy la hija de Lucio y (la) Rosario, la misma que se columpiaba muy alto cantando canciones de dibujos animados. Lauri se acuerda seguro, porque era muy nuestro eso de volar con las cadenas chirriando de fondo. Siempre convencida de que podía volar, de pequeña lo soñaba tan a menudo que llegué a confundirme. Es que era muy real, no siempre me salía, cogía carrerilla por el pasillo de baldosas verdes de la casa vieja y a veces me caía sin coger altura. Como en la vida, muchas veces me he caído sin llegar a despegar. 

Soy la hermana de Ángel y Víctor, los dos seres humanos más maravillosos que habitan el sur de la Comunidad de Madrid. El primero me hacía rabiar excluyéndome de todos los planes "chotunos" mientras que el segundo hacía cirugías complicadas que dejaban secuelas irreversibles en mis muñecas. Entre ellos peleaban mucho, pero hacían pandilla para llamarme "bolita de caca", qué gran apodo, tengo que decir. Magistral. De ahí que yo me haya hecho una mujer fuerte difícil de achantar ante casi nada. De ahí el cultivado amor propio que me ha ido creciendo como una armadura invisible. Pues gracias a ellos, en parte, un día me subí a un avión y me planté en Boston, preparada para empezar a vivir.

Soy la madre de Inés, una niña con muchísima personalidad y un corazón que le dicta tarjetas de amor cada mañana. Una gitana con ojos negros y mucho arte que me da y me quita la vida por igual. No es un mérito mío, es el producto de la combinación perfecta de lo mejor de mí y lo mejor de su padre. 

Soy también la pareja de Daniel, hay que ver qué mal me caía al principio, con sus frases de sobrado y sus Nike de niñato. Hay que ver lo que me equivocaba (también me equivoco algunas veces), ignorando que él sería la primera persona que vería en mí cosas que yo no había sabido encontrar. Por ejemplo, sugirió este blog. De ahí hacia adelante, nunca miramos atrás.

Soy científica también, muy curiosa, apasionada por la biomedicina y los intríngulis de la terapia génica últimamente. Simplemente, me flipa el ser humano, la ingeniería que engrana todas nuestras células y qué lejos estamos aún de comprender cómo funcionan la mayor parte de nuestros mecanismos. Pongo lo mejor de mí en aprender algo nuevo cada día y disfruto de las pequeñas victorias casi tanto como sufro las bajas.

Soy amiga de mis amigos, muy amiga, muy llorona, los quiero a todos con tantas ganas que me hace feliz  su felicidad. Procuro rodearme de personas bonitas por dentro, y hago lo que puedo por mantenerlas a mi lado. Me esfuerzo, aunque quizás no tanto como antes, porque ahora ya sólo agarro con firmeza los lazos que merecen la pena de verdad. Lo que me sobra, lo voy aflojando. Poquito a poco, sin dramas, simplemente no hago esfuerzos innecesarios. 

A mi edad, probablemente he vivido la mitad de mi vida, de ahí, una cuarta parte me la pasé aprendido a ser persona, otra cuarta parte me la pasé haciendo sufrir a mi madre presa de una adolescencia incomprendida, luego hubo un cuarto precioso que viví con mucha intensidad, la facultad, la independencia, mi primer trabajo, el doctorado... Y el último cuarto, justo después de las campanadas, lo viví aquí en Boston. Puesto así, parece que ocupa bastante.

¿De verdad han pasado diez años? ¿Nada más? A mí me parece que llevo aquí toda la vida. Llegué sin grandes expectativas, sólo traía los ojos desnudos de rímel y muy abiertos, dispuesta a darme la oportunidad que me había sido negada tantas veces. Pero las oportunidades también hay que saber identificarlas, así que no fue un ejercicio pasivo, ni mucho menos. Recibí lo que este país me ofrecía con la mejor de mis sonrisas, aunque muchas, muchísimas veces, había más ganas de lágrimas. Tragué la sal y tiré hacia adelante con la terquedad que me caracteriza, pero aprendiendo poco a poco a suavizar las formas. En estos diez años he aprendido a modular la voz, a morderme la lengua, a buscar razones a lo irracional, a ser más comprensiva y empática, a darle menos importancia a todo, a buscar la felicidad, a encontrarla y cultivarla, a admirar a las personas, a verlas por dentro, a dejarme aconsejar, a dar mejores consejos... pero sobre todo he aprendido a identificar las cosas que valen la pena, y mucho más práctico, las que no. 

Rescato recuerdos que me pillan desprevenida, empiezo a no recordar algunas cosas, y eso también es bueno. Me siento tan afortunada de haber vivido... Diez años han dado para mucho, y este blog refleja bastante de ese mucho. Tengo una familia que diría que no me la merezco, pero es que no es verdad, sí que me los merezco, porque de toda esta lección que aprobé con notable comprendí que yo también merecía ser feliz. Tengo unos padres maravillosos que aprenden y enseñan como maestros, tengo unos hermanos con tanto carisma que siempre son el epicentro de los buenos momentos de otras personas. Tengo una pareja que sabe sacar lo mejor de mí y que me empuja a superarme cada día. Tengo una sirena de verdad que me regala alas mágicas para seguir volando cada mañana. Tengo ganas de subirme a la vida cada día y seguir sumando. Hasta aquí la crónica emocional de una década prodigiosa.