domingo, 7 de noviembre de 2021

IB08112021: El vuelo de los abuelos

Barajas repleto de pantorrillas abrigadas con calzado cómodo y los cordones bien apretados esperando a que se abran las puertas como el primer día de las rebajas en el Corte Inglés. Jubilados unos, otros por fin haciendo uso de esos días de vacaciones que habían estado reservando con el anhelo interrogante del que espera un milagro. Todos con las mismas ganas, todos en formación de a uno con sonrisas en los labios, en los ojos, y en el alma, todos con un objetivo común: conocer a sus nietos nacidos durante la pandemia.

Cuando a Elia empezó a crecerle la barriga no imaginábamos que no llegaríamos a tiempo para la baby shower, para el tercer trimestre ya estábamos todos encerrados. A Berta, como ya era el segundo y heredaba de todo, sólo esperábamos celebrarla en familia, en cambio observamos de lejos cómo sería el protocolo para bebés nacidos en pandemia. Para nada imaginábamos que tardaríamos meses en poder tocar a Álex y a Max. La primera vez que tuve a Álex en brazos ya casi no era un bebé, los días que se llevó el COVID ya nunca volverán. 

Paula visitó España con su barriga en plena expansión, volvió dejando a los abuelos con la esperanza de que las fronteras se abrirían a tiempo para ver nacer al pequeño Erik. No fue así, los tíos postizos arropamos a Lena las noches que su mamá estuvo en el hospital dando a luz a su hermano pequeño. La otra Paula y Bea fraguaron a sus chicos cien por cien made in America y se apoyaron la una en la otra como lo hacen las hermanas. No quedaba más remedio. 

La panza de Laura danzó mar adentro y se reconcilió con la Tierra, pero tuvo que conformarse con mirar desde la orilla el horizonte que se vuelca en la Península Ibérica. Sol llegó con su luz brillante sin abuelos ni tíos con quien jugar a las sombras.

Desde aquí seguíamos las noticias como quien tiene mucho que ganar, esperando que cantaran el gordo en cualquier momento. Llegaban rumores de que se abrirían las fronteras, pero no había más certeza que el deseo de todos esos padres, y la realidad era que USA permanecía cerrada al mundo. 

Recuerdo el día que me desperté y abrí el New York Times, en primera página el titular que llevábamos más de un año esperando: América permitirá la entrada de europeos vacunados el día 8 de noviembre de 2021. El WhatsApp echaba fuego, los calendarios ardían, el avión de Iberia se fletó en el tiempo que tardaron en venderse las entradas de "más es más". Los gritos se oyeron hasta en la Luna. Al otro lado del mar, decenas de abuelos brindaban con vida, pronto sus nietos dejarían de ser planos para materializarse en cuatro dimensiones y abrazarlos fuerte con sus bracitos pequeños. Álex podrá correr a recibir a su abuela, los brazos y el gateo quedaron en el limbo del tiempo robado. 

Ese avión no necesita queroseno, puede volar con las alas que les han crecido a los abuelos. Revolotean por la casa sin saber qué meter en la maleta, son tantas las emociones que han ido acumulando que muchos van a tener que pagar extra de equipaje. Llegarán al aeropuerto con diez horas de antelación, veintitrés kilos de ropita pequeña y peluches asomando de los bolsillos. Los abuelos traen los brazos de algodón para acunar a los pandemials en un arrullo infinito. Esos niños nunca han estado rodeados de gente, están acostumbrados a reconocer las caras sólo con verles los ojos, porque las bocas se encuentran vetadas detrás de las mascarillas, y con ellas, los besos francos de los allegados que mueren por dentro de tristeza y pena. Todas esas manitas pequeñas agarrarán el mundo y lo harán girar como una peonza, ya sólo quedan unas horas para que se rompa el hechizo. Regocijo, lágrimas, conversaciones cruzadas y fotos de bebés, así transcurrirán ocho horas de viaje por el cielo que une España con Boston. Cinco mil quinientos kilómetros de "mira el mío qué bonito es", "hay que ver las ganas que tengo de achucharlo", para por fin, a eso de las 7 de la tarde hora local, poner un pie en tierra americana después de casi dos años de exilio. Esas puertas abatibles se abrirán dejando escapar grupitos de abuelos buscando a sus nietos con la mirada. Ya en la calle y con el viento frío, decenas de bebés bien abrigados echarán sus bracitos al cuello de esos maravillosos desconocidos. Otra pequeña batalla ganada, ¡bienvenidos abuelos!   


No hay comentarios:

Publicar un comentario