miércoles, 3 de noviembre de 2021

Una década prodigiosa

Soy la hija de Lucio y (la) Rosario, la misma que se columpiaba muy alto cantando canciones de dibujos animados. Lauri se acuerda seguro, porque era muy nuestro eso de volar con las cadenas chirriando de fondo. Siempre convencida de que podía volar, de pequeña lo soñaba tan a menudo que llegué a confundirme. Es que era muy real, no siempre me salía, cogía carrerilla por el pasillo de baldosas verdes de la casa vieja y a veces me caía sin coger altura. Como en la vida, muchas veces me he caído sin llegar a despegar. 

Soy la hermana de Ángel y Víctor, los dos seres humanos más maravillosos que habitan el sur de la Comunidad de Madrid. El primero me hacía rabiar excluyéndome de todos los planes "chotunos" mientras que el segundo hacía cirugías complicadas que dejaban secuelas irreversibles en mis muñecas. Entre ellos peleaban mucho, pero hacían pandilla para llamarme "bolita de caca", qué gran apodo, tengo que decir. Magistral. De ahí que yo me haya hecho una mujer fuerte difícil de achantar ante casi nada. De ahí el cultivado amor propio que me ha ido creciendo como una armadura invisible. Pues gracias a ellos, en parte, un día me subí a un avión y me planté en Boston, preparada para empezar a vivir.

Soy la madre de Inés, una niña con muchísima personalidad y un corazón que le dicta tarjetas de amor cada mañana. Una gitana con ojos negros y mucho arte que me da y me quita la vida por igual. No es un mérito mío, es el producto de la combinación perfecta de lo mejor de mí y lo mejor de su padre. 

Soy también la pareja de Daniel, hay que ver qué mal me caía al principio, con sus frases de sobrado y sus Nike de niñato. Hay que ver lo que me equivocaba (también me equivoco algunas veces), ignorando que él sería la primera persona que vería en mí cosas que yo no había sabido encontrar. Por ejemplo, sugirió este blog. De ahí hacia adelante, nunca miramos atrás.

Soy científica también, muy curiosa, apasionada por la biomedicina y los intríngulis de la terapia génica últimamente. Simplemente, me flipa el ser humano, la ingeniería que engrana todas nuestras células y qué lejos estamos aún de comprender cómo funcionan la mayor parte de nuestros mecanismos. Pongo lo mejor de mí en aprender algo nuevo cada día y disfruto de las pequeñas victorias casi tanto como sufro las bajas.

Soy amiga de mis amigos, muy amiga, muy llorona, los quiero a todos con tantas ganas que me hace feliz  su felicidad. Procuro rodearme de personas bonitas por dentro, y hago lo que puedo por mantenerlas a mi lado. Me esfuerzo, aunque quizás no tanto como antes, porque ahora ya sólo agarro con firmeza los lazos que merecen la pena de verdad. Lo que me sobra, lo voy aflojando. Poquito a poco, sin dramas, simplemente no hago esfuerzos innecesarios. 

A mi edad, probablemente he vivido la mitad de mi vida, de ahí, una cuarta parte me la pasé aprendido a ser persona, otra cuarta parte me la pasé haciendo sufrir a mi madre presa de una adolescencia incomprendida, luego hubo un cuarto precioso que viví con mucha intensidad, la facultad, la independencia, mi primer trabajo, el doctorado... Y el último cuarto, justo después de las campanadas, lo viví aquí en Boston. Puesto así, parece que ocupa bastante.

¿De verdad han pasado diez años? ¿Nada más? A mí me parece que llevo aquí toda la vida. Llegué sin grandes expectativas, sólo traía los ojos desnudos de rímel y muy abiertos, dispuesta a darme la oportunidad que me había sido negada tantas veces. Pero las oportunidades también hay que saber identificarlas, así que no fue un ejercicio pasivo, ni mucho menos. Recibí lo que este país me ofrecía con la mejor de mis sonrisas, aunque muchas, muchísimas veces, había más ganas de lágrimas. Tragué la sal y tiré hacia adelante con la terquedad que me caracteriza, pero aprendiendo poco a poco a suavizar las formas. En estos diez años he aprendido a modular la voz, a morderme la lengua, a buscar razones a lo irracional, a ser más comprensiva y empática, a darle menos importancia a todo, a buscar la felicidad, a encontrarla y cultivarla, a admirar a las personas, a verlas por dentro, a dejarme aconsejar, a dar mejores consejos... pero sobre todo he aprendido a identificar las cosas que valen la pena, y mucho más práctico, las que no. 

Rescato recuerdos que me pillan desprevenida, empiezo a no recordar algunas cosas, y eso también es bueno. Me siento tan afortunada de haber vivido... Diez años han dado para mucho, y este blog refleja bastante de ese mucho. Tengo una familia que diría que no me la merezco, pero es que no es verdad, sí que me los merezco, porque de toda esta lección que aprobé con notable comprendí que yo también merecía ser feliz. Tengo unos padres maravillosos que aprenden y enseñan como maestros, tengo unos hermanos con tanto carisma que siempre son el epicentro de los buenos momentos de otras personas. Tengo una pareja que sabe sacar lo mejor de mí y que me empuja a superarme cada día. Tengo una sirena de verdad que me regala alas mágicas para seguir volando cada mañana. Tengo ganas de subirme a la vida cada día y seguir sumando. Hasta aquí la crónica emocional de una década prodigiosa. 

  

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