miércoles, 14 de septiembre de 2016

Después de la tormenta siempre llega la calma...

Hoy he leído una noticia en la que rememoraban que hace 19 años que salió el disco "Más" de Alejandro Sanz. Sin duda este disco ha sido la banda sonora de mi vida, y aunque ya sé que lo he mencionado hasta la saciedad, no me canso de contemplar mi historia ligada a todas esas canciones como si fuera un montaje de fotos que pasan aprisa al ritmo de los acordes.
Quizás porque estoy viviendo la etapa más feliz de mi vida, o quizás porque el hoy siempre es mejor que el ayer, me encuentro una y otra vez haciendo balance de lo vivido. Comprendo que en España vivía demasiado deprisa, y sin embargo, demasiado despacio. En el fondo los días se perseguían con el mismo traje de faena, las responsabilidades colgando a modo de bandolera y dirigiéndose siempre hacia el mañana, como si el mañana guardase algo diferente. Y vaya si lo guardaba... miro atrás y veo a aquella alumna del colegio Hermanos Tora, las tardes en los columpios con el bocata de chóped en la mano, las canciones, la plazoleta, el Hono... qué poco me preocupaba el siguiente paso, el instituto. Cada día durante cinco largos años (que por supuesto a esa edad, me parecieron eternos) asistí a las clases del Dolores Ibarruri (excepto si huelga, que era a menudo, y sólo ahora entiendo la falta que hacía), un centro con unos profesores alucinantes en medio de uno de los peores barrios de Fuenlabrada. Tiempo de incomprensión, de lucha, la adolescencia de una niña que, ahora comprendo, vivía la transición generacional de empezar a trabajar con 14 años vs la formación académica superior. Guardo con un cariño enorme los días vividos entre aquellas paredes de baldosines rosas, Tatiana y Maite, los recreos cuando aún se podía salir a la calle y, sobre todo, muchas horas de estudio que al principio no es que dieran muchos frutos, pero que acabaron dándome alas. Lo que ocurre es que uno evoluciona, a favor o en contra de la corriente, y al final, aquella chavala que fue la tercera de una familia de currantes incansables, fue la primera en ir a la Universidad, esa institución imponente que nadie en mi familia había conocido hasta entonces. Otros cinco años infinitos que, sin embargo, se iban acortando imperceptiblemente a medida que iban pasando. Aquel primer día de curso en el que conocí a las que luego serían mis amigas para toda la vida, todas aquellas jornadas de comer en el suelo, entre las pelusas, de pasar frío en esas aulas gigantescas que te hacían sentir diminuta. Aquellos maravillosos años de mi vida en rosa y sombras. Eso sí, rebozados en miles de horas de estudio y aplicación enfermiza... ¡ay si volviera a vivir! igual alguna asignatura más me habría quedado y alguna juerga más habría corrido. Todos esos libros y toneladas de apuntes almacenados en mi cabeza, organizados, como si de un archivo centenario se tratara. Y sin embargo, qué poco sabía. Incluso cinco años después, con un doctorado y muchas tablas para salir del fango que me llegaba siempre hasta el cuello, qué poco seguía sabiendo. Resulta extraño que a medida que van pasando los años tengo la sensación de que sé menos, o acaso soy mucho más consciente de todo lo que desconozco. Este síndrome del impostor me persigue día y noche y me hace replantearme, aproximadamente un par de veces al año, que todas mis hipótesis son producto de una mentira edificada sobre un artefacto explosivo que el día menos pensado estallará y me mandará de vuelta a la plazoleta. Pero de alguna manera, contra todo el pronóstico que se auguraba en mi partida de nacimiento, sigo aquí, evoluciono, a saber, que la vida va poniendo a cada uno donde le toca. Pero cada vez soy más consciente de que me queda tanto por aprender que es imposible en una vida abarcar todo ese desconocimiento. Y sin embargo, por otro lado, creo que este es el fin único que perseguía, el hacerme preguntas, el hacer preguntas, el plantearme opciones y tener que tomar decisiones continuamente. El que los días hayan dejado de ser predecibles para ser totalmente lo contrario, esta canción es diferente. Creo que he llegado pues a ese momento en el que uno acepta su mediocridad, y casi la asume, y precisamente ahora es cuando Harvard ha decidido que me quieren para ellos. Así que punto y seguido, me quedo, otra canción, una nana.

1 comentario:

  1. Cada día, la vida te va enseñando. Algo nuevo para que lo guardes con lo que tu descubres.Al fin y al cabo la vida es eso , !! Un aprendizaje!!

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