Alineo mis zapatos en la entrada de la
casa, junto a todos esos diminutos pares de sandalias y zapatitos que parecen
pertenecer a una clase de alumnos de 5º de EGB. Piso el tatami y,
automáticamente, las plantas de mis pies desnudos me transmiten, junto a mis tímpanos
anonadados por la quietud, esa sensación de paz y zen infinitos que sólo pueden
encontrarse en Japón, un país donde el bienestar del cuerpo y la mente son un
derecho fundamental.
Aunque resulta relativamente fácil
moverse por este país sabiendo inglés, puesto que la información principal
también aparece en este idioma, es cierto que los kanjis son el primer y único
lenguaje de la mayor parte de los japoneses. Claro que me parece más que
suficiente, ya que me imagino a mí misma intentando retener todas esas formas
que involuntariamente se me antojan iconos semi-incomprensibles y decido que no
sería capaz de aprender a diferenciarlas ni en una década. Con todo y eso, esta
cultura autodefinida por el extremo respeto y la amabilidad hacia el prójimo me
inspira ternura y simpatía desde el primer minuto. Hacen colas para todo, para
subir al tren, al autobús, para entrar en los templos…. ¡hasta para andar por
la calle van ordenados! Eso sí, por el lado británico, el primer choque cultural
que me golpea cuando el taxista llega por la derecha y me abre automáticamente
la puerta de un coche que parece sacado de una peli de Alfredo Landa, con
tapetes de ganchillo incluidos. Los coches aquí están como a medias, como si
les faltara el maletero o algo así, son muy cuadrados y en su mayoría no miden
más de dos metros de largo, claro que si no, no cabrían en esos garajes de pin
y pon.



Segundo choque cultural, el mayor de mi
vida; cuando uno cree haberlo visto todo, llegas a Japón y conoces ¡el váter!
¿Pero qué es esto? ¡Si tiene centralita! Un botón para tirar de la cadena a
medio depósito, otro a depósito lleno (hasta ahí bien), luego uno para calentar
la taza (esto no me gusta, me recuerda a cuando vivía en casa de mis padres y
entraba al baño después de mi hermano…), otro que emite un sonido para “darte
intimidad”, otro con hilo musical, otro que echa un chorro de agua por detrás (¡certero
como si llevase una mira de francotirador incorporada!) y otro para el chorro
por delante (eso sí, ambos chorros puede ser regulados en intensidad y
temperatura…). No sé si habrá templo en Japón que me marque tanto como el del
“señor Toto” (que es el “señor Roca” japonés), pero ya os iré contando.
Continuará…
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