viernes, 19 de agosto de 2016

Agosto, ¿aún sigues aquí?


Me derrito, me baja la tensión, me suda la ropa hasta colgada en el armario, el agua no sacia mi sed y encima me despierto dos veces por la noche para evacuar todo lo bebido durante el día... nunca pensé que diría esto, pero echo de menos el invierno. Y aquí es donde muere un poco de la española que llevo dentro y gana terreno la guiri de mierda en que me estoy convirtiendo... ¿qué será lo siguiente? ¿ponerme rosa y pelarme?
No sin cierta vergüenza, admito que no he podido con el calor de Madrid y que me he sentado en el interior de un bar a las 9 de la noche porque no soportaba los 40 grados que se disfrutaban en la terraza. ¿Cómo era yo antes que podía irme de compras por pleno centro de Madrid a las 3 de la tarde  en el mes de agosto? ¿qué genes se me expresaban para poder disfrutar de tomar el sol al mediodía untada de aceite hasta las trancas? Una de dos, o Boston me está robando aguante y regulación genética o me estoy haciendo mayor. No obstante, este año está siendo el más caluroso de todos los tiempos, ya apuntaba maneras con la ausencia de nieve invernal. Y aunque en el fondo es agradable que agosto siga siendo verano, cosa que es inusual, a mí me choca demasiado pensar que hay gente que se acaba de coger las vacaciones. Para mí, que llevo ya un mes trabajando, las vacaciones son aquello que pasó hace un siglo. Por eso sigue siendo extraño pisar la playa los fines de semana y que la casa nos exocite cada dos días por miedo a salir ardiendo (combustión espontánea, véase). Hemos tenido que poner de moda lo de salir a tomar el fresco a la puerta, ni si quiera al patio, porque los aires acondicionados lo recalientan más si cabe y parece que estás en medio de un atasco en la M-30 a la hora de la siesta. Así que ni cortos ni perezosos, nuestras sillas al asfalto y los pinrreles en la acera, el ordenador haciendo las veces de aquellas teles portátiles que tenían nuestros padres y dejando al personal con cara de extrañeza cuando pasan por nuestro pequeño rincón de españoles al fresco y ahí estamos nosotros viendo la serie de turno. Qué gran cosa son las costumbres, lo que a nosotros nos resulta de lo más normal, aquí desde luego sorprende. Sin embargo, a mí me sorprende que prefieran refrigerar sus casas de madera con esos aires acondicionados del infierno que hacen un ruido espantoso y encima ocupan toda la ventana. El fresco de toda la vida, ah, eso es otro cantar. Y eso que no está Loreto con sus historias de la guerra, ni Pinocho tirándose aquellos pedos que rajaban la silla cada noche. Aquello sí que eran noches de verano en la plazoleta, jugando a las cartas hasta la medianoche y sin prisa por irse a dormir. Los móviles y las tabletas se han llevado esa magia, y ahora, como mucho, puedes encontrar algún cazador de pokemons despistado.
Pero mientras va llegando el otoño, y para disfrutar de lo que la vida nos ofrece en Boston, hoy hemos hecho una escapada con todo el laboratorio a Spectacle Island, bautizada así por su forma de binocular. Es una de las 34 islas que componen las Harbor Islands de la bahía de Boston, y que son, en invierno y en verano, un lugar maravilloso desde el que divisar la ciudad. Para llegar, un ferri como el de "Los lunes al sol" sale desde el acuario de Boston y en 20 minutos escasos te deposita en la isla que durante décadas fue utilizada como vertedero y que aún conserva la basura compactada en algún lugar bajo la tierra. Oler, no huele, pero no quiero saber cómo se las han apañado para limpiar décadas de desperdicios sin haber eliminado más allá de lo que se prendió en un incendio que, según cuenta la leyenda, estuvo ardiendo durante 10 años.
Llegamos a la isla bajo la premisa de que hoy "el agua está caliente", pero la realidad es que el agua está fría como hielo recién derretido... Además,  las "playas" son de rocas y caminar sobre ellas es como hacerlo sobre una cama de clavos. Yo me he remojado los pies y he decidido que tampoco hacía tanto calor fuera. Eso sí, nos hemos reído mucho jugando a frisbee golf, hemos estrechado un poco más los lazos que hacen que desde hace un tiempo los del lab seamos como una gran familia, y sobre todo, hemos disfrutado de esta panorámica espectacular que nos recuerda que vivimos en un lugar maravilloso, tanto a -20 como a 35 grados.

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