domingo, 10 de mayo de 2015

"Martha´s Vineyard": Isla paraíso

Ya habíamos visitado Cape Cod  (Cabo Bacalao), esa lengua de tierra que se adentra en el mar formando una península arqueada, de forma que queda frente a Boston y engaña a la puesta de sol, que se esconde majestuosa detrás de la masa de mar donde se bañan las focas, y que es elegida como destino vacacional o escapada de fin de semana por muchos bostonianos. A tan sólo una hora y media en coche de Boston, y partiendo de la base de Cape Cod, se coge el ferry que te transporta a ese otro paraíso, Martha´s Vineyard, una isla de 260 kilómetros cuadrados y que fue el escenario escogido para rodar la archifamosa película Jaws (mandíbulas), más conocida en España como "Tiburón". Un paraíso rodeado de agua donde se concentran las mansiones más exquisitas de Massachusetts y las playas preferidas por los dueños de los yates. Aunque algún que otro tiburón se deje caer por allí de vez en cuando, Martha´s vineyard sigue siendo el lugar preferido por muchos para pasar sus vacaciones.
A pesar de llevar ya en Boston más de 3 años y medio, aún no había tenido el tiempo -o el espacio- para hacer una escapada a este lugar tan singular. Aprovechando que por fin ha llegado la primavera (verano, si tenemos en cuenta que la temperatura ha subido 20 grados en una semana...) decidimos a última hora que nos escapamos de finde. Empaquetamos lo necesario en una mochila, preparamos el rack de las bicis y las transportamos en coche hasta el ferry, que nos espera entre la bruma para zarpar rumbo a la isla de tiburón. La mañana no era fría, pero la niebla se agazapaba sobre nosotros llenándolo todo con su espesura. Primer recorrido, desde el parking hasta el ferry, mochilas y bicicletas como único equipaje. Apenas 45 minutos y desembarcamos en esa orilla donde hasta las olas se adornan con puntillas. Carril bici por doquier, maravillas de vivir en América. Enfilamos por uno de ellos, el que va junto al mar, un privilegio que a menudo olvidamos, ¡qué cerca tenemos el mar!. Hacemos mil paradas para tomar fotos, las casas, la fauna...¿eso es un cuervo?
Nos alojamos en una casa victoriana, decorada con papel de flores pintado y con el techo abuhardillado, me siento Escarlata O´Hara... De nuevo en bici rumbo a la playa, ahora desierta pero barruntando el ruido de los pies descalzos de dentro de un mes. Nos sentamos a escuchar el mar, un ronroneo embriagador que me transporta a Guardamar, ese olor tan familiar, tan marinero, que me trae tantos recuerdos de los que están al otro lado de ese horizonte azul.
Los perros aquí sí que son felices, nos los encontramos por docenas correteando por todas partes, pero su cosa favorita, por supuesto, es la playa, también la nuestra.

Seguimos la excursión hacia el faro de Edgartown, el más famoso de todos los que tiene la isla. Engalanado y solitario se alza al final de una pasarela de madera, esperando a que los novios vengan a hacerse fotos a sus faldas.
En esta isla todo es de colores vivos, hasta los árboles que apenas se han quitado el abrigo nacen ya con flores nuevas y vistosas. La humedad es una venus fértil de grandes pechos redondeados, que acuna este pequeño trozo de tierra y le sopla la nieve sacudiéndola del recuerdo. El invierno quedó atrás, ahora sólo hay turistas, y perros, y locos en bici que se quieren. Kilómetros de carril maravilla de baldosas de caramelo... de caramelo no, ¡de jengibre!
Busco las migas de pulgarcito, las huellas de Hansel y Gretel, porque estoy segura de que esos cuentos se inspiraron en estas casitas, las "Gingerbred cottages". Las hay de todos los colores, con sus ventanitas pintadas y sus mecedoras de madera en el porche. Porches que son poco más altos que yo y que parecen miniaturas propias del país de las maravillas. Como diminutas mansiones encogidas que se hayan lavado con agua caliente, estas casitas de muñecas están habitadas por personas de tamaño normal. Y cuidadas, ¡por supuesto!, a golpe de brocha las mantienen impolutas (casi todas). Encontramos una que se vende, y sólo por curiosidad, cotilleamos el precio... na! medio millón de dólares de nada... teniendo en cuenta que necesita una reforma de arriba a abajo... claro que la podrían reformar los currys de Fraggle Rock. 
Son una atracción turística más, pero tan reales como la gente que vive en ellas.
Y ya para terminar, picnic en la playa ¿puede haber algo mejor? Los primeros rayos de sol acariciando una piel árida que casi había olvidado esa sensación. Me descalzo y camino sobre la arena, está fresca, pero suave, esto sí que es vida. Camino hacia la orilla y mojo mis pies en unas aguas que están frías como su puta madre pero que a mí me da igual, me vale con que no estén congeladas. Me arrullan las olas, observo esa línea donde se juntan los horizontes, dos tonos de azul que se tocan en una ilusión óptica que aplasta mi tierra en partículas diminutas. Sé que estáis ahí, al otro lado de este mar, y que esa línea es infinita en lo relativo, pero absolutamente finita. Y pienso en lo afortunada que soy porque puedo tocar este lado del paraíso, y también aquél, una vez al año, cuando el sol está más cerca y todo huele a vacaciones.
Me subo en mi bici, de vuelta al ferry, y otra vez rumbo a casa, con polvo de edén cubriendo mis zapatos y ese buen sabor de boca que dejan las tartas de nirvana.

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