miércoles, 12 de febrero de 2014

En la playa también nieva

Querido diario:

Hoy es el sexagésimo día en que el mercurio se sitúa muy por debajo del menos diez, ya no del cero, que eso puede resultar hasta cálido en comparación, sino que siempre se presenta como un número negativo de dos cifras que me da los buenos días desde la pantalla de mi teléfono móvil cada mañana al despertar. Van ya dos meses de glaciación. Los carámbanos de los tejados ya casi tocan el suelo, formando columnas de hielo imposibles en otros lugares. La nieve se amontona en las aceras, cubriendo papeleras y aparcamientos para bicicletas, arropando a las susodichas con un manto escarchado que sólo deja a la vista el sillín en el mejor de los casos. Y aun así, sigo viendo algunos tronados pedaleando cada día sobre el pavimento helado, como si nada, como si no fuera cierto que se congelan las lágrimas y que duelen los globos oculares, con un dolor sordo como el de los pómulos cuando se quedan al descubierto y empiezan a resquebrajarse. . . no exagero, la piel se agrieta abriéndose en laceraciones casi sangrantes, sólo casi porque la sangre ya no es líquida y por tanto, permanece coagulada en un estado de latencia infinita en plan "si no hay sangre, no hay dolor". Eso la sangre que circula, porque la de las piernas, por ejemplo, desaparece, dejando una especie de roncha rosácea que siempre está ahí cuando te quitas los dos pares de pantalones y los leotardos que van debajo. Por no hablar de manos y pies, ésos ya sólo puedes salvarlos poniéndote una oveja o aliento de dragón de frasco. Pero siempre nos quedará la "tela de muerto", esa especie de papel albal en ocasiones dorado con el que cubren a las víctimas de accidentes en carretera. Ese material que es capaz de mantener el calor del cuerpo y que, adosado al interior de un abrigo, es lo que te permite ir al trabajo en esta nuestra Narnia.  No obstante, y por eso de que a todo se acostumbra uno, cada mañana disfruto del crujir de esa alfombra de copo-crispi inmaculada que recubre las aceras, menos cuando resbalo y se me acelera el corazón porque pienso que voy a romperme la crisma... entonces sólo doy gracias por llevar una oveja con neumáticos en cada pie.

Llevaba días pensando en lo curioso que debe de ser ver la playa nevada, porque ese es uno de los muchos tesoros que esconde Boston y que en España es imposible de encontrar; así que abrigados cual cebolla de lana y albal, nos dirigimos a la bahía sur de Boston, una playa que hasta ahora sólo habíamos visitado en verano, cuando hace tiempo para recorrerla patinando. La sorpresa fue bastante grande cuando descubrimos que habíamos llegado a un lugar irreconocible, porque eso es lo que pasa con la nieve, que la ciudad se convierte en otra diferente, las aceras se estrechan, no recuerdas muy bien por dónde discurren los caminos, y todo parece distinto. Desde luego resulta imposible reconocer el parque en cuyos bancos nos sentamos a comer helado en otra era, a la sombra de unos árboles que ahora se encuentran desnudos y adormecidos esperando la primavera. El paseo marítimo no asoma por ninguna parte, entramos en la "playa", hundiéndonos hasta las rodillas en una nieve virgen que nadie hasta ahora ha considerado oportuno pisar. Una hilera de icebergs desordenados acampan en la arena con actitud intimidante. Sólo las gaviotas son lo suficientemente valientes como para poner sus patitas en unas aguas que no responden al nombre de hielo por la sal que las habita, porque de otro modo caminaríamos sobre ellas en plan mesías como si tal cosa.  

Es una postal espectacular que se dibuja casi a solas, vuelta hacia el público que componemos unos pocos privilegiados, los que pasean a sus perros y los que amamos la fotografía rocambolesca.  Esperaba encontrar una estampa curiosa, pero no doy crédito a lo que contemplo. 
Es un tipo de paraíso en cierto modo inverosímil; las piedras se achuchan elegantonas con sus sombreros y tocados de hielo, la arena sólo descubierta a medias por la baja marea, la playa completamente nevada imprimiéndose para siempre en mi retina, porque hasta ahora nunca me había parado a pensar que en la playa también nieva.


1 comentario:

  1. Escribes de puta madre Chari. Las fotos me gustan mucho, vas sacándole el jugo a tu nikon. Soy Joaquín.

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