El conocimiento lo tenía, la valentía no.
Amanecía entre la bruma y en la niebla, agazapada, esperaba la llegada de la
primavera. Vislumbraba entre sueños el despertar de los almendros, los valles y
las cabañas. El invierno lo tapa todo con su manto despiadado. Se esconde en
las sombras de los días efímeros robados al sol, en la noche que desprende los
ecos desgarradores del clamor de las tinieblas. Y sin embargo, cuando amanece,
sigue gélido al contacto, emponzoñado bajo el hielo; no se rinde ante la aurora
porque no ha conocido el sueño todavía. Se desplaza con el viento que se ha
llevado el rocío, dejando carámbanos mágicos que no entienden el deshielo. Se
alarga la sombra errante del invierno, alcanzando aquellas cotas que en otras
tierras ya han florecido. Miro desde la ventana el haz de colores que persigue
a la umbría, aún no escucho su latido pero sé que se acerca. Los estertores del
invierno se acurrucan en febrero, pierden fuelle algunas veces y se olvidan de las
nieves. La estela glacial se atusa el
frío, se le escapan unos copos despistados que se quedan hasta marzo. Despídete de ellos vieja escarcha, ya casi no
te tengo miedo.
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