lunes, 30 de abril de 2012

Vivir en el futuro

La tecnología avanza a pasos de gigante. De un día para otro, los ordenadores se quedan obsoletos, los reproductores de música reducen su tamaño hasta la mínima expresión... por no hablar de los teléfonos móviles, cuyos saltos generacionales dejan al abuelo en el olvido en cuestión de meses. Si a esta evolución que ya es vertiginosa en sí misma, se le suma, además, vivir en territorios donde la primera potencia mundial siempre es pionera en nuevos gadgets, ultimísimas versiones y tecnología i-loquesea que no importa el apellido que lleve porque habrá de venderse como churros por el simple hecho de logarse bajo una manzana mordida, el resultado es una fiebre domótica de electroduendes que caminan por la calle parapetados bajo sus headphones, caminando en una extraña danza al son de la música que sólo ellos escuchan, conectados a cualquier suerte de pantalla táctil y conexión chupibanda, que les teletransporta a otra dimensión donde sólo sus congéneres pueden alcanzarles o ponerse en contacto con ellos, a través de un wasapp, mensaje de texto o chat de turno.

En USA la imaginación nunca duerme, y es aquí donde el futuro abre sus puertas en forma de avance a tropel para presentarnos el movimiento en conexiones inmejorables. Así como en Sevilla teníamos la maravillosa Sevici, que permitía recorrer la ciudad en estos caballos de plomo imposibles de levantar del suelo, en Boston existe el Zipcar. Viene a ser un servicio de alquiler de coches (coches de todo tipo, eso sí, lo mismo un turismo que una pick-up auténtica de película) en el que te das de alta por un módico precio anual, tengo que decir que más barato aún que el Sevici, y recibes en casa la tarjeta que te transportará en modo automático a cualquier sitio donde el GPS te pueda llevar. Entras en la web, reservas un coche en el área Zipcar más cercana a tu casa, estimas el tiempo que tardarás en devolverlo y voilà, cuando llegas a la hora H al punto P, tu coche te espera limpio y reluciente. Puedes abrirlo con tu tarjeta de socio y, por si esto fuera poco, también desde el teléfono móvil. Encima del parasol puedes encontrar la tarjeta para echar gasolina, que no es más que una tarjeta de crédito que usarás en caso de que el coche tenga menos de un cuarto de depósito, que es lo mínimo que has de dejar cuando te marchas. El precio del zipcar puede ser por horas o por todo el día, incluye el seguro y la gasolina, y la adrenalina que produces cuando te encaramas a uno de estos monstruos y sales a una carretera de seis carriles tan ancha como el Guadalquivir. Y se me ocurre preguntarme qué tal funcionaría el sistema Zipcar en España... para autoresponderme que, probablemente, la flota se vería drásticamente afectada por los casos de alunizaje, botelloning, carreras ilegales y otros méritos, por no mencionar los recambios gratuitos para coches del mismo modelo a los que se les han desgastado los neumáticos, estropeado la radio, la batería, el radiador y hasta los asientos si están un poco más limpios, cosa que sería impensable, por otro lado. La mentalidad americana no es la del pillaje ni la del aprovechamiento. Al contrario, me sorprende lo limpios y nuevos que están estos coches, lo bien que funcionan, no hacen ni un ruido raro, ni les falta un detalle, hasta llevan un cablecito para conectarlo al móvil y escuchar tu propia música durante el trayecto. Pero lo que más me sorprendió fue comprobar que el usuario anterior había dejado el depósito lleno, cuando la ley no obliga a más de un cuarto del mismo...
Y esto, que puede parecer lejano, ajeno, imposible o inventado, no es más que una pequeña muestra de lo que significa vivir en el futuro. Eso sí, la mentalidad social no avanza tan deprisa como la electricidad vestida en cobre, y aún les sigue pareciendo normal tener que pagar 200 dólares por asistir a urgencias incluso teniendo seguro médico. Pero eso ya os lo cuento otro día ;)

jueves, 12 de abril de 2012

La "españolidad"

Es un hecho que nada más traspasar las fronteras de nuestra piel de toro, a todos nos invade de repente la "españolidad", un fenómeno que te arraiga de forma inexorable a la madre patria y que produce una serie de conexiones neuronales que hacen que sientas un calor distinto en las venas... La sangre bombea al son del fandango, y de repente, hasta el más macarra descubre una vocación flamenca escondida que aflora desde su estado de latencia para poseer tus cuerdas vocales en la ducha, o tus pies mientras pipeteas... y que te obliga a escuchar a los habituales de radiolé mientras improvisas un cajón en la mesa de trabajo. ¿A qué se debe este extraño fenómeno? Existen diversas hipótesis, pero la más aceptada es aquella que nos sitúa a la suficiente distancia como para temer por la pérdida de nuestras raíces. Y así, de repente, ser español supone un orgullo, aun con todo lo que tenemos en España, que da para escribir una enciclopedia de despropósitos. 
 
La suerte ha traído a Paco de Lucía a la Opera House de Boston, donde, por supuesto, no podíamos faltar el Spanish team dando aliento a nuestro compatriota. Supongo que si no hubiera estado aquí, probablemente nunca habría ido a un concierto suyo. Sin embargo, el deleite que sentí al envolverme en ese arrullo de notas, apenas puede compararse a otros conciertos a los que he asistido en España. ¿Cómo se le puede arrancar luz a una guitarra? Bailan los dedos sobre las cuerdas, hábiles, incansables, en bajo vuelo, ávidos de regalar calma al público que escucha complacido. Sólo puedo concentrarme en la melodía, en el calor que me llega desde una guitarra que apenas puede contenerlo. La magia se extiende por encima de las cabezas, entre los asientos, puedo notarla bajo las plantas de mis pies... esto debe de ser lo que llaman el "duende", que ha venido a Boston a enseñarnos tímidamente la antesala del Olimpo. Lerele en ristre, la voz rasgada del Duquende se bate en duelo con la de David de Jacoba, tan gitano como Camarón, y casi tan grande como él. Hay una tercera silla, un joven que da palmas con el semblante muy serio, aún no se ha movido apenas y ya se le adivina el arte. Por eso, cuando salta sobre las tablas en una danza imposible, siento un escalofrío de la cabeza a los pies. Me pregunto si es humano mover los pies de ese modo, quizás le falte algún hueso, una falange seguro. . . Si no lo estuviera viendo, no creería que el flamenco se puede tocar, se puede oler, se puede sentir y se puede ser. No soy dueña de mi pierna derecha que zapatea al son de la música, no soy dueña de la sangre que me corre por las venas a borbotones, y mucho menos de los ojos que se han quedado abiertos como platos, pasmados ante el taconeo más espectacular que hayan presenciado jamás. Más tarde descubrimos que se trata de Farruco, el nieto del ídem y hermano menor del archiconocido Farruquito. Pero ahí no acaban las sorpresas, Antonio Serrano saca su armónica y yo descubro que de este pequeño instrumento puede salir un genio como si de una lámpara maravillosa se tratara. Desde este momento decido que soy fan de la armónica, yo que sólo había escuchado a mi hermano tocar su escala personal, dando la vara como los críos chicos más que otra cosa, de repente me encuentro extasiada respirando las notas que salen enmarañadas por los orificios de la paz. La magia existe. . . cierro los ojos y estoy en España, estoy de nuevo en Sevilla. Las letras de las canciones, que apenas se adivinan en lo profundo del rasgueo, convocan a la Giralda y al Guadalquivir. Y ahí me transporto esta noche, a Triana, a la Plaza Nueva, a mi querida Alameda de Hércules. . . el maestro Paco de Lucía se ha traído puñaos de España en los bolsillos, hasta Boston, donde su arte se ha quedado resonando en mis oídos para siempre.

lunes, 9 de abril de 2012

Easter time!!

Lejos del olor a incienso, a cirio pascual y a flores secas; lejos del repiqueteo de baquetas en tambores, del batir de las cornetas a duelo con las saetas, de las lágrimas que la lluvia trae consigo cada año. . .  Boston se viste de pascua en forma de huevos coloridos, conejos de fantasía y guirnaldas multicolores. Aquí hay católicos pero no procesiones, ni costaleros, ni viacrucis... por no hablar de nazarenos y cofradías, que les suena a chino mandarín y a todo menos religioso (que por asociación indumentariesca, les inspira rollo Ku Klux Klan, o eso es lo que dicen ellos). No ha habido días libres ni fiesta especial, sólo que hoy, domingo de Resurrección, las tiendas han cerrado un poco antes. Por lo demás, no había mucho ambiente hasta que el gueto español ha improvisado una Semana Santa de lo más pintoresca en Leland Paradise.
¿Cuántas barras de pan hacen falta para hacer 30 torrijas? Unas tres, más o menos... ¿horas? tooooda la tarde del sábado empapa, fríe y reboza, en tandas de tres, que el aceite de oliva está caro y las torrijas pueden salir a precio de foie. Por otro lado, he descubierto un ambientador natural para aromatizar la vida, puesto que hoy toda la casa huele a canela y a añoranza. 
Llegué a Leland esta mañana y me recibió el aroma del cordero que perdía vida y ganaba jugosidad sometido a los Fahrenheit del horno de Manu. Y me sentí un poquito más cerca del domingo en la plaza del Azulejo, de los aperitivos que mi madre siempre prepara en los días señalados, del olor que sube contigo la escalera empujándote al paraíso a medida que asciendes los peldaños...
Y aunque el escenario se pinta de Semana Santa española, también hemos tenido lucianinhas brasileñas de lentejas y menta, ensalada "big size" catalanobritánicogermana para hambrientos comensales, pan de trigo recién horneado made in USA, galletikanens, arroz con leche a la Carmona, huevos rellenos de la gran Germania y una tonelada de manjares cocinados, sobre todo, con mucho amor, regados por la sutileza del vino español y el agua de Valencia, que han puesto la guinda a una velada dulce, acogedora y memorable.
 Sabemos que no es un acto religioso, sino un encuentro laico entre amigos que cada vez van siendo menos amigos y más familia. Comentamos este fenómeno que se produce en la distancia, que convierte a personas que, hasta hace unos meses, eran completos desconocidos, en hermanos de inquietudes y palabras, de alegrías y de penas, de risas y bromas cómplices... en todo lo que necesitas para vivir lejos de casa. A veces sólo quien ha estado antes en tus zapatos, puede comprender el vacío que se cuela entre tus dedos. Por un momento el estrés de Alicia se ha autoinvitado a la comida, la pobre no puede parar de perseguir al conejo blanco... pero pronto verá el jardín que se esconde al otro lado de la puerta en el país de las maravillas... Y así, la tarde va tocando fin, algunos se van despidiendo (primero los gringos, por supuesto), y poquito a poco el círculo se va cerrando a lo cercano, ya sólo quedan los habitantes de Leland y sus hijas adoptivas. Manu ha sacado el cajón donde guarda el flamenco, la sangre española, el ritmo que arranca la bulería... El cajón donde esta noche, hemos depositado unos cuantos sueños, el final idóneo para una semana que quizás no ha sido santa, pero ha sido perfecta.