martes, 3 de noviembre de 2015

126.144.000 segundos de felicidad

Cuatro años desde que pisé esta tierra por primera vez, 1.460 días de camino recorrido, 35.040 horas de distancia con el pasado, 2.102.400 minutos de mirar hacia adelante, 126.144.000 segundos de felicidad.
Otras veces ya os conté lo que pesaba la maleta, las ilusiones no son ligeras, pero los recuerdos pesan como el plomo. Al principio no quise comprar muchos muebles, ni vasos, nada de adornos... estuve seis meses sin sofá y resistiéndome a la idea de invertir a fondo perdido. Vivía con la certeza de que en cualquier momento mi vida podía volver a cambiar... certeza que aún conservo por si las moscas. Sin embargo, ahora miro estas paredes, las mismas que hace 4 años estaban vacías de vida, y sólo veo historia en ellas, recuerdos que se apoyan en los marcos de las ventanas, sonrisas que se cuelgan con pincitas a medio volar, momentos en los que ha consistido mi vida durante este tiempo. Siento que he hecho más cosas en estos 4 años que en los últimos 15 años de mi vida; y probablemente es cierto, porque aquí ha dejado de ser un incordio que sea domingo por la tarde. La vida ya no se cuenta en tiempos de espera: primero que llegue el viernes, las navidades, el verano... y se van pasando los días con la prisa del que se aloja en el futuro. Yo me alojo en el presente, me requedo en él, pero sin apego excesivo por el momento que ha pasado, asumo que ya se fue.
Pero si algo he coleccionado en estos 48 meses en Boston, han sido amigos. Desde el primer día fueron apareciendo todas esas caras nuevas con historias apasionantes, y si algo tiene bueno y malo esta ciudad, es que es raro el mes que no se va o llega alguien. Uno acaba acostumbrándose a decir hasta luego, y empatiza con la necesidad de los "holas" recién llegados. Ahora ya soy veterana y guía de muchas llegadas, y eso me da cierta seguridad a la hora de manejarme por este lado del mar.
Hago balance de mi vida dividiéndola en un extraño equilibrio completamente desigual, 31 años por un lado y 4 años por otro. Y es curioso lo que pueden llegar a pesar los besos de plomo, los abrazos que aún están enteros, las miradas que esconden luz asomando por las pupilas, las sonrisas gratuitas que se visten de carcajada. En estos 4 años, quizás también por la edad en la que han ocurrido, he vivido tan intensamente que a veces me parece que llevo aquí ya una década. Sin embargo, cuando pienso en aquella muchacha que tocó fondo en tierra yanqui para resurgir de las cenizas que transportaba desde España, me parece imposible haber aprendido tanto en tan poco tiempo. La superación es una meta difícil que muchos nos imponemos por voluntad propia. En la dificultad está la satisfacción una vez conseguido el logro, cuando vuelas y miras hacia abajo y comprendes lo alto que has subido. A veces da vértigo, quizás porque sabes que para mantener el vuelo tienes que batir las alas muy fuerte, constantemente... sin descanso. O quizás porque eres consciente de que un día puedes caerte y hacerte pedazos contra el suelo. Pero yo ya fui pedazos una vez, incluso fui de cartón, una vez existí en blanco y negro. En 35.040 horas las roturas han anudado, la aleación de cartón y piedra es ahora de colores y waterproof, pero sobre todo, he vivido los 2.102.400 minutos más felices de toda mi vida. Bueno, vale, quizás durante los primeros 525.600 viví dentro de una caja de cartón mojado por la lluvia tratando de secarme... pero todo el mundo sabe que la humedad es necesaria para la floración.

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