La casa de Alan, que ayer se llenaba de vino y mestizos en la cocina, es hoy un salón improvisado que invita a los extraños a quedarse un rato, a entrar en su mundo, a escuchar su guitarra llorando acordes que se disipan por el aire... a abrir el alma y dejar que entre en ella la rima y todo ese duende que se esconde en las palabras. Poesía derramada que nos empapa los pies, salpicándonos de emociones que apenas pueden reprimirse... Poesía local, y sin embargo tan a la altura de grandes poetas clásicos y modernos que hemos de dejar que su soledad nos sirva de necio rasero.
En la imaginación de los poetas, un fantasma vestido de negro se desgarra la voz dejando paso al artista, a un poeta se le debe permitir todo; sobre todo si es una mujer, como Jessie, que nos sorprende con una fuerza inaudita para caber en un cuerpo tan pequeño, nos sorprende con la pasión escrita en dos lenguas que narran diferentes aspectos de su vida y de su historia... "desgraciadamente, he vivido". Hijos de una tierra lejana a la que hemos viajado esta tarde subidos en los versos, a caballos asonantes y rítmicos galopantes, que no pueden contener la prisa ni la pausa.
Y luego está Juan, ese loco que escribe al amor con amor y sangre, ese romántico que escribió las cartas de Medea, y que desde su torre a los pies del río Charles envía suspiros epistolares que atraviesan las gargantas y se traducen a pesar de la innumerable soledad, tropezándose justo antes de llegar a las manos de Álvaro, que está tan cerca que casi duele pensarlo.
La poesía me deja un sabor dulce que se mezcla con el vino, no he sabido sino acariciar las palabras que pasaron por mi lado, era un pecado quedárselas. Otros derramaron poesía sobre mí, y me dejé hacer, porque a mis oídos se convierte en nana y en segundas intenciones, en vivencias, en recuerdos, en versos que se apretujan en las palmas de mis manos, en imágenes que a mi memoria, se empeñan en que he vivido.
Escena Latina es un edén donde convergen los poetas, los artistas y las palabras más bonitas del inglés y el castellano, donde al llamar a la puerta puede abrirte Puerto Rico, Colombia, Costa Rica, Cuba, México, Santo Domingo, Perú, Norteamérica o España, ofreciendo un beso o dos según el tono de las mejillas y el color de las palabras.
viernes, 23 de octubre de 2015
lunes, 19 de octubre de 2015
Lo efímero del otoño

Este año el mapa hojarístico se ha apresurado a oscurecer el norte, y nos ha dejado fuera de juego en New Hampshire, Maine y el norte de Massachusetts. Menos mal que pudimos ir a pasear por la reserva Breakheart cuando el paraíso otoñal aún se vestía de gala.
Antes de quedarse como el pan requemado, un tono chungo que nadie quiere para sus fotos de portada, una especie de marrón chocolate, pero chocolate amargo, más bien para quedarte en casa y hacértelo a la taza. Por eso mismo nos quedamos sin ir a Vermont, que podríamos ir, pero eso sí, a recoger hojas caídas... porque lo que es en las ramas ya no quedan ni acículas sueltas. Me parece que nos vamos a tener que conformar con el oeste de Massachusetts, o Rhode Island a lo sumo, para ver la caída de la hoja 2015.
Este otoño, por vez primera y dirigiéndome ya hacia mi quinto invierno en Nueva Inglaterra, me encuentro más acobardada que nunca por iconos que marcan copitos de nieve y una rayita a la izquierda del número. ¡Si es que hace menos de un mes estábamos de manga corta... no me ha dado tiempo a hacerme a la idea!
Tengo miedo del pele, de los dedos agarrotados, del moquillo resbaloso y de los frigopiés. Tengo miedo del encuentro, como diría Gardel, porque no sólo mi frente está más que marchita, también las nieves del tiempo platearon mi sien, y como caigan igual que el año pasado, supero a Miliki peinando canas. Y sí, tengo miedo de las noches en las que las sábanas escuecen y la punta de la nariz no se aclimata ni en casa, tengo miedo de esas cajas donde guardo mis zapatos de verano como cadáveres apuñalados de aberturas y colores imposibles. Tengo miedo de las perchas, abarrotadas de abrigos y de los extremos de las bufandas que se escurren por el armario. Tengo miedo de las pantuflas abotinadas que nunca son suficientes para aislar de la terca baldosa gélida del cuarto de baño. Tengo miedo de las plantas que mueren sin dilación cuando va entrando noviembre. Tengo miedo de las noches que empiezan después de comer, que se requedan burlonas y van agotando los días. Tengo miedo del retorno del largo invierno bostoniano... Y aunque el hielo todo lo destruye, aún no ha matado mi vieja ilusión, y es que guardo escondida la esperanza humilde de que este año el invierno se llame calor.
miércoles, 7 de octubre de 2015
Primer encuentro de científicos españoles en USA: Washington DC, entre bastidores
He de reconocer que al principio no me
seducía la idea… ¿para qué contarle mi ciencia a un puñado de españoles,
eminencias, eso sí… si ninguno de ellos trabaja si quiera en mi campo? ¿qué
puedo aportar o rescatar de un encuentro de científicos españoles en USA?
Pero eso fue antes de entender que uno
siempre debe conocer el público al que va a dirigirse antes de preparar una
ponencia sobre cualquier tema. Las charlas divulgativas resultan tan
inteligibles y entretenidas que hasta hay que cortar por falta de tiempo de lo
mucho que se alargan en discusiones y preguntas. La avidez de conocimiento nos
trajo aquí, y nos lleva de un lado a otro sin contar con nuestra voluntad… y
que así sea siempre. Pronto comprendí que no sólo es importante lo que uno hace
en el laboratorio o el despacho, sino la manera de transmitirlo más allá del
oído experto de los congresos especializados.
En el encuentro de españoles científicos
en USA que tuvo lugar en Washington la semana pasada se escucharon nombres tan
importantes como Valentín Fuster, Emilio Castilla o Susana Martínez Conde,
entre otros muchos que ya han quedado citados en otras crónicas. Pero no sólo
resonaron sus nombres, sino sus voces… esas voces con acento español que tanto
tratamos de disimular en inglés, y que son, en cambio, el orgullo de nuestra
nación, porque han sido capaces de traspasar fronteras y asentarse entre los
grandes en los Estados Unidos de América, como hiciera en su día el gran Severo
Ochoa. Y sentados en ese trono de sabiduría que se construyeron a base de
experiencia y esfuerzo, nos hablan de su ciencia y de su trayectoria
profesional en una lengua y un contexto tan cercano que nos parece imposible la
empatía que sentimos.
Uno llega a este país sujetando su título
humildemente bajo el brazo, sintiéndose diminuto entre todos esos doctores de
Harvard y otras universidades de prestigio que lanzaron su birrete a un cielo
pintado de barras y estrellas. Uno tarda mucho tiempo en descubrir que en
España se forman mentes maravillosas, que tenemos una suerte inmensa con el
sistema educativo para todos, que sólo nos falta querernos un poco más para
comernos el mundo y disfrutar del éxito. Por eso es loable el esfuerzo que han
hecho todos los ponentes y asistentes a este evento que, de manera totalmente
altruista han querido devolverle al mundo un FAVOR con mayúsculas, regalándonos
su experiencia y generando un ambiente cercano con los pies en una tierra que a
menudo es bastante fría en las relaciones profesionales.
Ya no queremos oír que no hay dinero para
investigar, que la ciencia es un sueño que sólo se vive más allá de nuestras
fronteras. Al contrario, este acto nos ha dado una inyección de energía
positiva y de ganas de cambiar el mundo, y de pensar que políticos y
científicos podemos hablar el mismo idioma, el español.
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