martes, 27 de enero de 2015

Un lugar para la reflexión

¿Por qué somos el país de la pandereta? Porque la ex de un torero al que arrojaban sujetadores al final de la faena y el hijo de un ídem que si levantara la cabeza se volvería a morir de la vergüenza, ganan en una semana de no hacer nada en la tele más que yo en un año, y no voy a entrar en silogismos que considero absolutamente innecesarios. Porque lo que nos indigna es que vengan los extranjeros a quitarnos el trabajo ese que no queremos hacer porque nosotros somos mucho mejores que ellos. Porque nos roban en nuestras narices y como borregos ensimismados lamemos la mano del cacique y nos sentimos reconfortados ante la palmadita en la espalda del que nos esquila y nos cuenta esas falacias del yo no he sido. Porque consideramos que la educación de nuestros hijos es cosa de sus profesores, pobres ineptos, que lo hacen todo al revés y a los que tenemos que ir a poner la cara colorada de vez en cuando para que comprendan lo listos que somos nosotros y lo tontos que son ellos.
Porque confundimos la mediocridad con una virtud, y nos sobran abanderados de la misma haciéndose eco en programas de televisión que se gestan en un cubo de basura. Porque consideramos primordial que el vecino crea que tenemos, porque medimos a las personas por la ropa que llevan puesta, porque no escuchamos más que nuestros propios pensamientos abotargados de prejuicios y no somos capaces de hacer una reflexión crítica en primera persona. Porque consideramos que siempre es culpa de otros, y que todo lo hacemos bien mientras que el mundo se equivoca... y seguimos a nuestro rollo tan campantes. Porque estamos ciegos y sordos, pero sobre todo, mudos. Sí, susurramos en pequeñas tertulias con nuestros amigos y vecinos, para luego irnos a dormir con la conciencia tranquila porque hemos ejercido nuestro derecho a la queja. No obstante, a la hora de ir a la urna, nos da una pereza enorme y decidimos que es mejor quedarnos de brazos cruzados en el sofá. Porque opinamos del vecino que se ha atrevido a dar un paso errado y sin embargo no comprendemos que la quietud no mueve nada, sino que ejerce una fuerza gravitatoria que te atrapa en un hoyo del que no se puede salir, y del que nadie más que tú puede sacarte.
Y eso que somos la generación del cambio, los que han nacido en la democracia y han tenido opciones, finalmente, la de irse o la de quedarse, opciones al fin y al cabo. Pero ¡qué coño, si ya estamos saliendo de la crisis!, o eso dice ese tipo que sale en la tele llamando a las puertas azules para dar las gracias. A la mía no ha llamado nadie, claro que yo tuve que venirme un poco más lejos para poder comprar el pan, y hasta aquí no llega la Renfe.
Y un mediocre país merece un sistema mediocre, el sistema que utiliza como arma la propia ignorancia del pueblo. El sistema que el 4F condenó a unos "sudacas" y a una lesbiana con el pelo a cuadros para esquivar los verdaderos motivos que salpican de mierda a los ayuntamientos. Y mientras los inocentes se tiran por las ventanas, los verdugos buscan cabezas de turco para acallar las conciencias de los adoradores de Franco que hacen de la tortura un método de justicia. No creo en la justicia, me parece una mentira manipulada que, irónicamente, se pone del lado de la balanza que más convenga en cada caso. Por eso los que roban a lo grande no tienen de qué preocuparse, pues podrán pagar la fianza y aún les seguirá quedando liquidez como para vivir en esas mansiones tan inmensas que a veces un jaguar puede pasar desapercibido. Y si no, no pasa nada, siempre habrá un programa de televisión Carroña S.A. que quiera pagarles una millonada para que vayan a interpretar un papel mientras que miles de personas, sentadas ante el televisor, se tragan toda esa basura y se quejan de lo mal que está la vida.
Pero esta es sólo mi reflexión, fruto de la indignación constante que supone ver España desde fuera, arrugada, vapuleada, llena de moho y polillas, y sin embargo, tan acostumbrada al sistema que es capaz de reírse de su propia miseria.

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