Verdes que tímidamente se van vistiendo de amarillos, que a su vez son naranjas apagados que tiran a rojos de infarto, y así toda la gama del fuego hasta convertirse en llamaradas incandescentes que tiñen de manera efímera el otoño norteamericano. Un manto de tonos cálidos que van cambiando con los días y con los grados de latitud, dejando a su paso alfombras crujientes y mullidas que producen un extraño placer al ser pisadas. Hojas que caen haciendo reverencias al bajar de la pasarela donde cada otoño las ramas visten sus mejores galas antes de quedarse absolutamente desnudas, vulnerables al inclemente invierno que acecha ansioso para rasgarles las vestiduras. En Norteamérica llega entonces la época de recoger manzanas, de pasar un fin de semana en el bosque para ver el"foliage fall" o caída de la hoja, y por último, de empezar a recolectar calabazas para el próximo Halloween repleto de trucos y tratos esperando a la vuelta de la esquina.



Alquilamos una cabaña en Burrillville, a nuestros pies, el maravilloso lago Spring que parece pintado a óleo en el cristal de la ventana. Llegamos de noche y sólo a la mañana siguiente fuimos conscientes del paraíso terrenal en el que habíamos dormido.
Amanece y el sol ilumina las casitas del lago, que se miran en el espejo de agua peinándose árboles de todos esos colores que la madre naturaleza acarrea en su paleta, y yo quiero que todos estéis allí conmigo para poder ser testigos de algo tan maravilloso y tan simple a la vez. Me acuerdo mucho de mi padre en estos días, me gustaría que pudiera tocar este lienzo con sus propios dedos. El tiempo además se empeña en deleitarnos con la compañía del astro rey, que confiere a nuestra piel la temperatura idónea para ser los protagonistas de tan bello retrato, y además nos envalentona para salir a hacer senderismo por estos lares, que no se cansan de regalar paisajes inverosímiles que me saturan los sentidos. Nadie habla en nuestro paseo y sólo el chasquido constante de las hojas nos mece en una melodía de paz y relajación infinitas.
Olvido que existo, me fundo con la naturaleza y soy libre, no me hace falta pensar, sólo oler, respirar, llenar mis pulmones de oxígeno y mis oídos del sonido de la quietud, se me vierten las sonrisas por los lados de la cara, apenas puedo contener la excitación de tanta calma... Esto es vida.
Además de paseos el fin de semana se llenó de comilonas, beborroteo y juegos de mesa a tutiplén, carcajadas, chistes malos y juegos de palabras en "portuñol" que me recuerdan que sólo aquí puede conjurarse este tipo de magia holística.
Es curioso que la propiedad de la caducidad tenga connotaciones tristes y sin embargo, la hoja caduca es un evento paisajístico tan raro e inigualable, que es capaz de mover a las masas como si de la pasarela Cibeles se tratara. A veces la belleza está en lo que no apreciamos, en lo que no cuesta dinero o en lo que vemos cada día de camino al trabajo, y es una lástima que la cotidianidad nos deje tan indiferentes que no seamos capaces de comprender lo afortunados que somos por tenerlo.