Cuando baja la marea, unos doscientos metros de arena desnuda cubierta de conchas y cangrejos rezagados se despejan para que pongamos nuestras toallas y neveras. El viento azota con ala magna y no hace falta sombrilla ni abanico. . . esto es vida. La cara sur es otro cantar, gélidas aguas y playas vírgenes flanqueadas por parques naturales, una conjunción de elementos cuanto menos curiosa y cuanto más, maravillosa. A este lado se acercan hostiles los tiburones, en busca de algo que echarse a la boca y sin mucho respeto por la sangre humana. Cada año hay unos cuantos mordiscos y de vez en cuando alguno no lo cuenta. . . Pero en general este es un lugar digno de visitar, de disfrutar y, por supuesto, de compartir en Bostonadas.
La costa este de Estados Unidos es conocida por sus grandes urbes: Boston, Nueva York, Philadelphia, Washington... y a menudo nos olvidamos de los parques naturales de Maine, de las costas de Carolina del Norte y del Sur y de la cálida Florida. Incluso viviendo al norte, donde el frío azota más de lo que me gustaría, el clima permite también a veces disfrutar de regalos como Cabo Bacalao, que por cierto, debe su nombre a la gran cantidad de homónimos peces que nadan por estos lares ajenos a las redes que los llevarán a parar a la pescadería...
Cuando cae la tarde, subimos hacia Provincetown, un pueblecito situado en la punta de Cape Cod poniendo punto y final a la Tierra, a orillas del mundo, bañado por las aguas del Atlántico Norte y guardándose los secretos de los seres que lo habitan. Un pueblo conocido por sus playas pero también por su ambiente gay, que disfruta de una marcha nocturna poco propia de los estates y de una mentalidad abierta poco usual en esta zona.
En nuestro recorrido hacia Provincetown paramos para ver el faro que sale en las patatas fritas Cape Cod, que en España no las conocéis pero están buenísimas!! Detrás de este faro hay un acantilado que termina en una playa preciosa, solitaria, de las que ya casi no pueden encontrarse en nuestra explotada Península Ibérica.
Ahora sí puedo volver a casa, ir a trabajar, madrugar durante unos cuantos días más y seguir tachando atardeceres en el calendario. Se acerca, ya puedo olerlo, cada vez menos deseo y más realidad, cada vez más próximo, cada día un día menos para subir a ese avión, cada minuto un minuto menos para ver a mi padre esperando en el aeropuerto de Barajas, cada segundo un segundo más cerca de volver a abrazaros a todos. ¡Ya voy España!