lunes, 8 de julio de 2013

The Harbor Islands: Bumpkin Paradise

Un secreto que Boston guarda con cierto recelo, un paraíso terrenal que jugó un papel principal en diversas guerras, desde la Guerra Civil hasta la Segunda Guerra Mundial, por encontrarse estratégicamente situado en las frías aguas de la bahía de Boston a las que deben su nombre, las "Harbor islands".
Pequeños fragmentos de tierra que se alejan sólo tímidamente de la ciudad. Cuando baja la marea, incluso pueden verse algunos de los cordones umbilicales que las anclan a la tierra madre. Durante tiempos bélicos, unas sirvieron de prisión como una diminuta Australia, otras fueron hospitales de campaña reutilizados y otras, simplemente, lugares perfectos desde los que recibir al enemigo que llegaba en barco surcando el océano Atlántico. De aquellos días, afortunadamente, sólo queda lo que los americanos llaman su historia, su orgullo armado como siempre hasta los dientes, colgando unas cuantas medallas de unos árboles que en Europa compondrían un parque natural. Aquí también, por supuesto, pero sólo como apellido, porque el nombre propio lo conforman fortaleza y bandera, barras y estrellas engalanadas con lazos rojos y azules. No obstante, esto es América y las cosas se cuidan, y en lugar de explotarlas minándolas de chiringuitos y hoteles como se haría en Europa, aquí las mantienen vírgenes y acondicionadas para campistas controlados. Unas cuantas parcelas que pueden reservarse por el módico precio de 15 dólares la noche y que tienen una mesa con bancos, baños y hasta barbacoa (cómo no) perfectamente pulcros como si de un resort de cinco estrellas se tratara. Así que, para los que tenemos la suerte de haber reparado en estas masas de tierra que se alzan tímidas y verdes entreteniendo a las aguas a lo largo de toda la costa, se abre un nirvana secular con todas las comodidades. En media hora escasa, el primer ferri nos deposita en Georges island, donde hay poco más que un fuerte orientado ahora para turistas y un bar que abre demasiado tarde para los españoles hambrientos que se han levantado a las seis de la mañana. Esperamos al segundo ferri que nos llevará hasta Bumpkin island, una isla tan pequeña que puede rodearse paseando en menos de una hora. Pero su tamaño es inversamente proporcional al placer que produce habitar en ella, aunque sólo sea durante veinticuatro horas y las playas sean de piedras. Impensable pero cierto, un trozo de playa para nosotros solos... claro que gracias a Rosa, que se pinta sola para abrirse paso a codazos y coger una de las mejores parcelas de toda la isla, con vistas al mar y sombra para contener dos tiendas de campaña y mucha siesta . Después de un calor sofocante que no hacía sino acrecentar nuestras ansias por llegar, al fin ponemos los pies (con chanclas, eso sí, porque las piedras se clavan como la madre que las parió...) en las gélidas aguas isleñas. Es tanta la temperatura y humedad que se concentran afuera, que casi puedo sentir unas enormes manos pegajosas empujándome al chapuzón. Nirvana, ¡sí señor!

Creía estar ya en el paraíso y sin embargo, aún me quedaba por contemplar uno de los espectáculos más grandiosos que puede proporcionar esta bola azul en la que vivimos... el atardecer. Al oeste queda Boston, con sus rascacielos desperdigados haciéndose pasar por ciudadona, y siendo, sin embargo, un pedacito de Europa fundida en tierras norteamericanas. Desde Bumpkin vemos caer el sol sobre el Downtown, pintando fuego sobre las antenas que se aúpan rabiosas para alcanzarlo. El cielo se vuelve incandescente y doy gracias por estar viva, por tener ojos, por tener amigos con los que compartir este momento y una mano que coger mientras Boston se incendia en un oasis de llamas. 
Y pensar que esto ocurre todos los días, y que yo a veces vuelvo a casa preocupada por tontunas. Todos los días sale el sol, todos los días se pone, todos los días sin excepción la Tierra gira sobre su eje mostrándonos cuán maravilloso es el Universo en el que vivimos. Qué suerte que para este lujo no se necesite dinero; qué lástima que nos distraigamos con nubarrones tan a menudo. 

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