viernes, 12 de abril de 2013

Precarios por el mundo

"Estudia, para que puedas asegurarte un buen futuro". ¿Cuántas veces habremos oído este consejo de boca de nuestros padres, tíos, de cualquier generación lo suficientemente anterior a la nuestra como para creerlo ciegamente? Siempre tuve claro que quería estudiar una carrera, y aunque la preparación que recibí en el colegio dejaba mucho que desear, supongo que debido a que algunos profesores sabían más bien poco de la materia que impartían, eso no me desalentó para desafiar al bachillerato. Recuerdo perfectamente las lecciones de los "dones" del Hermanos Torá, que la mayoría de ellos se había ganado el "don" más por la edad que por merecerlo, y en cambio los que rezumaban sabiduría por los cuatro costados, como don Fermín, pasaban desapercibidos por falta de carisma. Los otros, los que vivían a la sopa boba por haber tenido la suerte de estar en el lugar y momento indicados, se las daban de lo que no eran ni de lejos, y se consentían cachetes y sornas como si de la época de Franco se tratara. Es lo que tienen los pueblos, que el respeto se lo vienen ganando los que mejor se disfrazan. Qué diferencia ahora, que ser profesor es un hito que muy pocos pueden alcanzar, y después de años de estudiar y presentarse a una oposición detrás de otra, la oferta es tan insignificante que la mayoría hace cola en el paro con su taco de títulos bajo el brazo.
Sin embargo, poquito a poco y gracias a muchos empujones sobre todo de mis padres, fui capaz de entrar en LA UNIVERSIDAD. La primera de mi familia en zascandilear por una facultad, la de Biología, nada menos... con todos esos hippies, rastafaris y perroflautas fumando porros y bebiendo tercios a las doce de la mañana. Porque bueno, eso es lo que somos en general los biólogos, aparte de homólogos de Ana Obregón, claro. Cinco años (los mejores de mi vida, también he de decirlo) viviendo entre esas cuatro paredes que olían a moho y a frío polar, comiendo de un tupper sentada en el suelo volando de un aula a otra con la carpeta cada día más poblada de apuntes. Fines de semana infernales de levantarse un viernes para estudiar y seguir estudiando cuando ya es lunes por la mañana, callos en los dedos, tiempo de ocio ausente, estrés por los inminentes exámenes que nunca te habías preparado lo suficiente... en fin, cinco años tan intensos que parecía que no iban a acabar nunca, y mire usted, ya han llovido nueve abriles. Cuando llegas a la meta sientes un vacío inmenso por lo que ya nunca volverá, sólo entonces, con las manos apoyadas en las rodillas, detienes un momento el jadeo para levantar la vista y comprender que esto no ha hecho más que empezar. Que la universidad sólo te da unas herramientas que habrás de utilizar como mejor te parezca, y que desde luego, distan bastante de resolverte el futuro como tus padres pensaban... 
No conforme con eso, decides hacer el doctorado, porque para masoca yo... y otros cinco años a pico y pala haciendo horarios incomprensibles para la gente que no es del gremio, desviviéndote por esos actos de fe que crecen en un frasco e intentando explicarles a los demás por qué esto es un poco importante para ti. Las lágrimas te rondan aproximadamente una vez al mes, llegados al cuarto año se convierten en semanales, y cuando estás en la recta final sólo quieres que estamierdaseacabedeunavezpordios. Pero luego llega el gran día, el tribunal reconoce el trabajo de todos estos años y a tí se te caen las bragas y olvidas todos los juramentos que hiciste y quemaste en la hoguera. 
Todos y cada uno de nosotros hemos querido alguna vez dejar la ciencia y no volver a oír hablar de un laboratorio nunca más, en mi caso, yo perjuré que dejaba la investigación académica, que jamás haría un postdoc y que mucho menos me iría fuera de España ¡ja!, menos mal que no juré que nunca votaría a Rajoy. Y eso que yo tuve la suerte de cotizar durante mi tesis, cosa que el 99% de los doctores no puede compartir. Las becas españolas suelen ser por cuatro años, en los que sólo los dos últimos cuentan en cuanto a desempleo y cotización a la seguridad social, por lo que cuando se termina, que en general aún no has defendido la tesis, tienes que cobrar esos ocho meses de paro para poder terminar lo que has empezado, hay que joderse... El caso es que cuando definitivamente acabas, ¿qué toca? pedir más becas. Las becas las conceden por currículum, o sea que si no tienes publicaciones suficientes o mucha suerte como yo, olvídate de seguir en esto. Ahora en España las becas te las dan en diferido, así que hay muchos esperando a que llegue el momento en que los políticos decidan dejar de robar y reírse del populacho y se sienten a hacer los deberes. Pero bueno, como las cosas de palacio van despacio, pues ya te buscas tú la vida por otro lado. ¿Al final que haces? pues tirar por el camino fácil, dejar tu casa, tus amigos, tu familia, tus aficiones y tu orgullo, y donde dijiste digo dices Diego y cruzas la frontera, eso suponiendo que puedas hacerlo, que no siempre la moneda cae de cara, ¿y si no? 
Sueños rotos, una pared llena de diplomas, mucho tiempo y esfuerzo invertidos en vano, ilusiones adelgazadas que luchan por volver a tener un lugar en tu corazón, sobredosis de realidad, impotencia, y un montón de cosas aprendidas. Eso es lo que queda después del doctorado, lo cual es una putada porque cuanto más sabes más quieres y cuanto más quieres, más te importa, y cuanto más te importa, más te duele, y cuanto más te duele, más rabia te da la estoicidad con la que España deja marchar a todos esos jóvenes que estudiaron porque tenían un futuro asegurado. Lo llaman fuga de cerebros, pero ignoran que con ellos, también se fugan los corazones.




para ver el vídeo completo, clickad aquí http://www.precarios.org/article291

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