jueves, 21 de junio de 2012

¡¡Mi primera visita!!

Esperan con las manos inquietas, se abanican, charlan distraídamente entre ellos. Los leds van cambiando lentamente en el panel, demasiado lentos, fotogramas de segundos. Algunos ya han llegado, tomando tierra. . . las puertas automáticas no paran de abrirse y cerrarse. Salen cargados de maletas, buscan con la mirada entre la gente, sonríen con las pupilas dilatadas, han encontrado su objetivo. Abrazos, lágrimas, risas, carcajadas. . . El aeropuerto es un lugar mágico donde unas vidas empiezan y otras acaban. "Llegadas", futuro, posibilidades, regreso, alegría. . . Sonrío sin querer, una pareja se abraza infinitamente, muy prieto, como si no quisieran volver a dejarse ir nunca más. Se funden en uno solo, la gente aplaude. . . esto no deja de ser América. El tiempo se ha parado para ellos, yo aún sigo esperando, ansiosa, inquieta, paseo de un lado a otro. Y por fin, en ese abatir incansable de puertas automáticas, Amanda se materializa con la carita cansada. Han pasado ocho largos meses, el tiempo se estira o se encoge dependiendo de la perspectiva con la que lo mires. Desde Boston, el tiempo no ha pasado, ha sido un suspiro, una rutina que ha surgido sin pensar, como si hubiera estado ahí siempre. Desde Madrid, ha sido más de medio año, con todas sus semanas, días, minutos y segundos. Últimamente ya empiezo a notar el tiempo en forma de distancia, de añoranza. Cada día menciono a mi madre unas cincuenta veces, y a mis amigas, y a mis hermanos, a mi padre. . . Su ausencia, o la mía, según se mire, se va acrecentando de forma exponencial a medida que pasa el tiempo. Sin embargo, esta extraña propiedad que tiene el tiempo para convertirse en mucho o poco, depende de los recuerdos a los que estás recurriendo. El verano fue ayer, pero en realidad fue hace un año. . . Justo hoy ha llegado el verano, las hogueras de San Juan están en ciernes. . . será por eso que en Boston se ha establecido una especie de infierno húmedo y donde antes (hace dos días) había 11 grados, hoy hay casi 40. Amanda y Luis se han traído el sol de España, y el calor, y espero que lo dejen aquí por mucho tiempo. La primera visita, ¡qué emoción!, al principio estaba tan nerviosa que no daba pie con bola. Pero la confianza no se pierde con el tiempo y la distancia, los lazos que son verdaderos, son también irrevocables. Así que a pesar del jet lag y de la necesidad inminente de dormir tras 24 horas en pie, tuvimos que ponernos al día, hablar durante horas, reír, recordar, comentar. . . y lo que nos queda. 

En una intersección de lugar, me encuentro con mis amigos españoles hechos en España y los que he hecho aquí en Boston. Catalanes, italianos, alicantinos y madrileños acampando en temperaturas extremas en la primera noche veraniega de Boston. Se establece una conexión esotérica, hablamos, reímos, arreglamos el mundo, cenamos Tikka Masala para que el ardor de boca nos haga olvidar el calor insoportable. Los mapaches también adoran la comida hindú, se acercan como gatos gigantes por encima de la valla. El back yard de Susanna es un zoológico; zarigüellas, ratas, mapaches y lo que oímos pero no vemos. . . que no quiero ni pensarlo. Pero es tan genial tener un pedacito de España, de mi España, en Boston. . . Todo converge, como el tiempo y la distancia, como los viejos amigos y los nuevos. . . poquito a poco, en una evolución constante hacia otra vida, que a la vez es la misma vida, pero en distinto lugar. 

Se despiden con las manos temblorosas, los ojos templados de lágrimas por derramar, los labios cargados de promesas, la esperanza de volver, de regresar, los paneles anuncian las últimas llamadas, los rezagados que tardan en desatarse los zapatos, los abrazos infinitos de quien espera volver a verse pronto. . . "Salidas", ese otro lugar del aeropuerto donde unas vidas acaban y otras empiezan.

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