martes, 1 de octubre de 2019

Vetusta Morla



A veces los poetas también se paran en Boston, y cuando eso pasa, el español me crece al doscientos por cien dentro del corazón. Mis labios no conocen otro idioma que el de Cervantes, corrientes de energía que recorren mis cuerdas vocales zarandeándome los acentos, sin afonía y sin miedo, sin roturas, sólo llevándome lejos, arriba, desgañitándome en un instante para dejarme caer en un baile de fuego, de energía positiva que me recarga la vida y me vuelve a dejar a la deriva. Me refugio en esta guarida llamada Sonia que hoy es España, en la puerta unas cuantas caras amigas haciendo una cola ridícula para ver a Vetusta Morla. Les he visto llenar estadios en escenarios gigantescos, les he visto en festivales como cabeza de cartel... Pero en Boston las magnitudes son diferentes, los centímetros se miden en pulgadas y los metros en pies, y la distancia que me separaba del escenario y de sus habitantes se podía medir en palmos. Me he acordado de ti, Tania, sobre todo cuando me han susurrado que nunca sabes donde puedes terminar, o empezar... porque tú me diste esa canción y yo la hice mía, y aunque te parezca mentira, la canto cada mañana al salir de casa en mi bici, no me olvido dónde están los sueños. En España recorrí cientos de veces la ruta de la plata cantando Copenhague a voz en grito, tantos kilómetros Sevilla-Madrid que se me antojan ahora un suspiro inclemente. Allí fue donde descubrí a Vetusta Morla y muchas otras partes de mí misma, allí empecé.
También me he acordado de ti, María, que eres la más indie de mi familia política, y que te hubiera encantado saltar con nosotros en este pequeño festival de majaderos. ¡Te guardo el sitio para la próxima vez!
El momento más auténtico, sin duda, cuando Pucho se ha bajado a cantar entre el público como si fuera uno más, algo único que sin duda no puede permitirse en España. Como siempre, esa es la magia de Boston, donde las magnitudes se disfrazan de pequeñas o grandes a merced de quien esconde el alma o la expone para ser tocada. Y estos chavales de Tres Cantos han traído mucha humildad, mucho talento y mucha energía a esta parte del mundo colgando de sus guitarras. Esas letras tan difíciles de aprender para los que no tenemos espacio en el ocio, esa poesía tan sabia que nos baja a la tierra para pertenecer al momento, para no olvidar que las vidas que corren en paralelo en mundos diferentes, al final no son tan distintas.
El sabor agridulce viene cuando Pucho pregunta ¿cuántos residís aquí desde antes de 2012? y yo, junto a muchos otros, alzo la mano valiente, como para demostrar que a mí estos ocho años no me han cambiado nada. Y en cierto modo, casi es así, no me han cambiado del todo, por eso sigo sintiéndome viva dentro de la música española, que me pellizca el alma con tanta fuerza que se me olvida que aquí se habla otro idioma. Miro a mi alrededor y sólo veo amigos, los que he traído conmigo y los desconocidos que se me unen para cantar a coro unas letras que nos han pasado a todos. Por un instante estoy en casa, y olvido que cuando salga por esa puerta las palabras se volverán raras. Eso sí, podré volver a asomarme a ver a la gente en sus casas, porque aquí no usan persianas ni prejuicios. Y me inventaré historias que me llevarán lejos para ser contadas en otra parte, donde no hay más espejismos que los sueños que nos construimos, y qué bien se nos ha dado cumplirlos a rajatabla. Gracias por este ratito, Vetusta Morla, también os quieren los melómanos a este lado del mar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario