miércoles, 1 de agosto de 2018

San Francisco arriba y abajo

Como Toledo, pero "volcao", cogido por el extremo y sacudido hacia abajo unos 45 grados (con respecto a Toledo, que ya tiene lo suyo en pendientes). Así se me antoja San Francisco cuando me quita el aliento subiendo la cuesta arriba, no sólo por el espectáculo, que es digno de cortar la respiración, sino por el efecto asfixiante del ejercicio mal traído empujando un carrito de niño. Y el premio al desaliento se lo lleva Lombard Street, esa calle en la que los niños no pueden jugar a la pelota, al menos no más allá de la primera patada, en la que irremediablemente el esférico rodará zigzagueando unos 200 metros y suma y sigue conectando con las calles que empalman colina abajo hasta llegar al mar.

Allí se parará inseguro, justo en aquel lugar desde el que puede divisarse Alcatraz,  la famosa prisión en la que permanecieron cautivos personajes tan famosos como el mismísimo Al Capone. Una atracción turística un tanto curiosa, una isla en medio del Pacífico, separada de la bahía de San Francisco por la distancia justa para morir pelado de frío si intentabas escapar de ella.
Claro que cuenta la leyenda que tres presos lo consiguieron... Para el que no haya visto la película "La fuga de Alcatraz", es un retrato fiel a la historia de tres reclusos extremadamente listos que ingeniaron un plan maestro para escapar, utilizando papel maché para hacer caretas de sus propias caras y fingir que dormían mientras escapaban por el conducto de ventilación. Puesto que la prisión cerró sólo unos meses después de esta aventura, las celdas (caretas incluidas) son ahora objeto de admiración de turistas, que se fotografían entre rejas frivolizando la privación de la libertad, el bien más preciado del ser humano.Yo, para no ser menos, también me hago la foto, pero más por el efecto del boli bic y la escala que por frívola, que también. Y así comprendo que esos hombres pasaban sus días encerrados en apenas dos metros cuadrados, excepto cuando eran castigados a permanecer en las celdas de máxima seguridad, aún más pequeñas y sin luz, y encima sin poder salir al patio. La visita guiada a Alcatraz es, sin duda, una de las cosas más curiosas que he visto nunca. Es curioso que una cárcel esté en una isla, en toda la isla. Cuentan los presos que aún siguen vivos que cuando el aire soplaba en el sentido correcto podían oír las risas de la gente festejando al otro lado de la bahía.

Desde los agujeros mal llamados ventanas de los muros del presidio puede verse el Golden Gate Bridge, el famoso puente rojo que Mapfre iconizó hace años y que es, sin duda, el sello de esta ciudad. También paseamos por él, lejos de cruzarlo... es bastante largo y hacía demasiado viento. Me hace pensar en su hermano pequeño, el Paquito (guiño a mi Sevilla del alma). Lo más sorprendente de este puente es su arquitectura, ¡que permite que oscile 8 metros de lado a lado cuando sopla el viento! Parece mentira que una estructura de hierro tan pesada pueda moverse como una pluma. Desde allí, pequeñita, también puede verse Alcatraz.
Pero sobre todo San Francisco es una ciudad para pasear, con muchos parques, con terrazas, sobre todo en la zona del puerto, donde hay un mercado parecido al de San Miguel que vende "tapas" artesanas en medio de un ambiente hipster. Desde allí nos paseamos orilla arriba hasta el Fisherman´s Wharf, un lugar repleto de gente donde puede comprarse pescado fresco para comer allí mismo. Junto a él, el Pier 39, un lugar estupendo para viajar con niños, ya que tiene un tiovivo, tiendas de golosinas, espectáculos callejeros y un sinfín de actividades y colores.

Pero no todo es color y vida en San Francisco, también hay una cantidad ingente de indigentes, borrachos y gente de extraños principios campando por todas las calles. Eso hace que huela rancio y dé un poco de repelús en según qué zonas, sobre todo el centro.
Imagino que el buen clima favorecen este estilo de vida como ya advertí en Seattle... Sin embargo, a mí me parece que éstos están un poco más idos de la cabeza, mucho loco gritando al mundo y jurándole distancia eterna al agua y al jabón.
Y por último, pero sin duda lo más carismático de esta ciudad, ¡los tranvías! Arriba y abajo sorteando grados de ángulos imposibles, estas máquinas viejas pero exquisitamente preservadas se pasean por toda la ciudad. Y no sólo los turistas, ojo, aquí los sanfranciscanos también van a trabajar en tranvía. Probablemente no tanto en Cable car, cuyo precio es algo más elevado pero puedo asegurar que merece la pena, aunque sólo sea por ver cómo lo cambian de sentido manualmente cada vez que llega al final de la ruta. Por no hablar de la gente colgando por fuera como si estuviéramos en la India... ¡Me encanta esta ciudad!




Todo esto y más, en una ciudad en la que, sin duda, podría venirme a vivir, si no fuera porque está tan lejos de España y separada de ella por 9 husos horarios. Así que, de momento, mejor nos quedamos en Boston, que no tiene tantas terrazas ¡pero sí el mismo sol en verano!

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