Lo mismo ocurrió en Sevilla, que viniste cuando aún vivía en aquel gua que olía a vieja y a baño compartido... Sin embargo nos reímos mucho rato, de casi todo, y paseamos por el parque de María Luisa en aquella bicicleta con tejadito que nos hacía tanta gracia. Luego vinieron las caminatas de las que tanto te quejabas con la boca chica, y el calor... qué calor hacía en Sevilla! Boston era otro cantar, sólo diez veces más lejos... a seis horas de avión en vez de autobús... pero las mismas experiencias por vivir.


Un mes dio para mucho, y sin embargo, te dejaste tantas cosas que has tenido que volver. Y qué diferente esta vez, ¿no es cierto? no sólo porque el hogar se ha ido haciendo de calor humano y felicidad, sino porque nosotras ya somos otras... otras y a la vez las mismas. Las mismas de las barbacoas de los treintayunos de agosto, las mismas de los halloweenes de los treintayunos de octubre, las mismas que heredaban ropa y por algún tiempo también zapatos... las que han ido recogiendo lo mejor de cada encuentro para componer un collage de marcos de papel maché.
Diez días pasan demasiado deprisa, aunque hemos hecho tantas cosas que apenas ha habido tiempo de lamentarse, no hasta este momento, en el que tu vuelas sobre algún punto del océano Atlántico y yo escribo en mi ordenador de hipster tus buenos días de mañana. Ahora que he llegado a casa y encontré esa nota en la nevera, oliendo a familia y a cariño que se han quedado impregnados por todas partes, empiezo a echarte de menos y a sonreír porque me has dejado algunos "¿te acuerdas?" para el futuro.

Curiosamente la vida es un lugar en el que parece que hay tiempo para todo, será por eso que a menudo obviamos las cosas pequeñas, contamos con ellas porque siempre están ahí, siempre han estado. Sin embargo a mí me gusta atesorar esas pequeñas cosas, desde siempre... (hace unos días encontré en una caja de recuerdos el menú de tu comunión, no te digo más...) y en la colección de detalles tangibles e intangibles que he ido recopilando a lo largo de muchos años, he encontrado muchas veces un refugio al que escapar, al que viajo con la mente cuando me parece que España está demasiado lejos, o que el tiempo ha pasado demasiado deprisa, o que las cosas han salido por un flanco inesperado. Será casualidad, o no, pero contigo he atesorado momentos en todas las geografías en las que me tocó sobrevivir, ya ves, pequeños detalles...y aunque en general los amigos se escogen y la familia te toca por genealogía, me considero afortunada porque en mi árbol de la vida, una pequeña ramita llamada Covi siempre crece en paralelo a la mía. Gracias por estar ahí siempre y por venir a vernos. Ya te echamos de menos, Cuqui!