domingo, 8 de septiembre de 2013

Vivir fuera

Últimamente se repite este tema como una vaga discusión que argumentamos, ya sin fuerzas, puesto que al final uno acaba sucumbiendo al pensamiento ambiguo e inconexo del que no quiere sacarse a sí mismo de contexto. ¿Qué define nuestra personalidad, nuestra forma de pensar, nuestra ideología? En gran parte nuestra educación, lo que uno ha conocido en casa, lo que aceptas como dogma y no cuestionas hasta que eres muy mayor o estás muy lejos, o a veces ni si quiera eso. Por otra parte, están los genes, muy sobrevalorados en este sentido, puesto que creo que depende muchísimo más de cualquier otro factor externo que de la química del ADN. Y por último, para mí lo más importante, las circunstancias. Tanto es así que uno podría incluso cambiar su ideología religiosa o política dependiendo de las mismas. Otro tanto ocurre con los argumentos en los que te apoyas a la hora de defender o castigar un hecho o idea que hoy es un pilar fundamental en tu vida y mañana no comprendes cómo podías aferrarte a ello con tanta vehemencia. Cuando vives con tus padres, la idea abstracta de emancipación y de libertad (ambas a menudo sinónimas) tienen un color fosforito y muy delimitado. Después, cuando la vida te va enseñando otras cosas, otros signos, otras vivencias y otros colores, aprendes a valorar lo que es hacerse a uno mismo. Y  en un momento dado te encuentras con que has de pensar por ti mismo, vaya, sin un respaldo acolchado e incluso a veces a contracorriente... Es en ese momento y no antes, cuando la personalidad aflora y te planteas qué eras antes, y lo que es peor, qué vas a ser en el futuro.
Este verano me he encontrado sin quererlo una y otra vez en la misma tesitura, la de defender y a la vez apedrear la idea de "vivir fuera" que todos tenemos a priori. Hace poco leí un post en el que alguien decía que a veces para conocerse a uno mismo, hay que vivir fuera. Y la verdad es que no puedo estar más de acuerdo. Cuando vives en una casa que va a ser para siempre, rodeado de gente que va a estar ahí siempre, en un trabajo que es para siempre (si no ese, otro parecido, en un radio de 50 kilómetros a la redonda) es muy fácil decir "me gustaría vivir fuera". Todos alguna vez hemos pensado eso, mucha gente sueña con ello, otros lo dicen pero con la boca muy pequeña, como para formar parte de un pensamiento cool generalizado. Yo también fui de esas, por mucho tiempo, cuando el futuro estaba escrito con tinta permanente. Pero entonces la tortilla da la vuelta y te encuentras viviendo fuera. Lo primero que comprendes es que no es tan fácil como parecía, porque hay cosas que no había considerado, como por ejemplo que estás solo para tomar todas esas decisiones que antes acompañabas de padres, amigos, hermanos o cualquier otro aditivo. También lo estás para estar enfermo, sano, feliz, triste, deprimido o alegre. Así que el espacio de compartir se achica un poco, sólo un poco. Luego está lo del idioma, bueno, uno no puede ser la misma persona en un idioma que no es el suyo, y esto no lo digo sólo yo, que ya lo he preguntado. Es agotador pensar y hablar todo el tiempo en otro idioma, y además, hay cosas que no adquieren el cien por cien del significado que tú les quieres dar, así que hablas menos que antes. Luego están los amigos y demás, esos que en España están porque han estado ahí siempre, pero aquí has de hacerlos de nuevo casi todo el tiempo. Lo malo es que sabes que son temporales, y entonces creas amistades por capas: la primera y más superficial para aquellos que sólo estarán aquí de uno a tres meses, la segunda para los que se quedarán un año... Irás a sus fiestas de despedida, jajaja y ya está, al cabo de un tiempo si te he visto no me acuerdo. Luego están los de las capas profundas, eso es más complicado, porque también se van, y entonces dejan un vacío como ese del que hablaban "Los Cantores de Hispalis"... Esto se traduce en una pereza horrible para hacer amigos de verdad, aunque es verdad que los que haces, da igual en la capa que se encuentren, son mucho más intensos que mucha gente de esa que conoces desde siempre.
Viviendo fuera aprendes a valorar el día a día, porque mañana va a ser otra cosa muy distinta, eso seguro, y aprovechas el estar aquí por si acaso. La gente que se queja siempre por la vida que tiene y que ansía vivir fuera como si de la panacea se tratara, no puede ni figurarse lo que es. Tampoco pueden, eso es cierto, imaginar lo genial que es, con toda esa gente nueva que hace capas y más capas, sobre todo los que después permanecen al menos una vez al año. Y también todas esas visiones diferentes del mundo, incluso de España. Qué diferente era España cuando yo vivía en ella, yo creo que era más fea... Ahora me parece tan bonita, tan auténtica, tan paradisíaca... Incluso vista desde el punto de vista de la crisis, España siempre es un lugar al que volver, aunque sólo sea por vacaciones. Porque al final del día, la vida es la que te construyes por ti mismo, la que te ganas a base de lucha y de esfuerzo. En muchos casos tu profesión es el núcleo alrededor del cual giras todo lo demás; en mi caso, es una forma de vivir que me da muchas satisfacciones, sobre todo desde que estoy en Boston, o casi sólo desde que estoy aquí. Por eso, y aunque aún sigo intentando definir mi personalidad en este país, sé que la felicidad está aquí, en este presente cierto y no sólo en el futuro escrito, más que nada porque el mío lo escribo a lápiz, afortunadamente, así siempre podré cambiar lo que me de la gana.

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