martes, 11 de junio de 2013

The frustreision

Si es que no hay idioma como el castellano para expresarse como Dios manda, cagoendiez... Es un idioma tan rico y extenso para faltar al respeto, para quejarse de los políticos, para manejarse en medio de un atasco, para dirigirse al que se pasa de listo, para hablar mal de tu jefe, para ser hipócrita y táctico... Sin olvidar lo bonito que es quererse en castellano, con ese amor que destilan las plumas de los poetas, con palabras que suenan a música sin ser cantadas, con esa rima compleja que se consigue sin esfuerzos. La gente cree que es el italiano, pero en realidad es en España donde se oye el amor silábico y morfosintáctico, es en el sur donde el alma es un arma y en el este donde todo es bonico, es en el norte donde ahivalahostia lo que t'estimo y en el oeste donde se dan besiños con eñe de España. ¿Qué otro país tiene tanta riqueza lingüística por metro cuadrado?
El problema viene cuando el país en el que te hallas a diario no es España. Es entonces cuando comprendes que  no eres tan hablador como creías, ni tan romántico ni elocuente, ni si quiera tienes tan mala hostia como pensabas. . . ¡era todo producto del lenguaje! Así, cuando algo te molesta muchísimo sientes que no estás siendo lo suficientemente explícito en tu cabreo, porque "fucking" no suena, ni de lejos, igual de bien que joder y joderse, así es el encanto altanero de la jota. Además, a esto se le suma el efecto abotargamiento, esto es, todas tus ideas quieren salir a la vez, a trompicones, pero están en castellano en tu cabeza y el cabreo no te deja traducirlas como es debido. Entonces pierden fuerza y te salen mucho más flojuchas de lo que en realidad deberían, y es ahí cuando te llega la frustración o "frustreision". A ver ¿por qué si todo me sale mal no puedo echar todas las pestes del mundo por la boca? ¡con lo que alivia! ¿por qué me tengo que limitar a "esto no me gusta", "esto no es justo", "esto me fastidia. . ." cuando lo que quiero decir en realidad sonaría tan fuerte en castellano que me salpicaría el blog de mierda?
Por otro lado, cuando algo te entusiasma también pierde fuelle en las formas. Tú quieres expresar, como lo harías en tu lengua materna, que algo te parece de puta madre, pero claro, limitado te hallas a decir que algo es genial o maravilloso. Y seamos realistas, la vida no es una teleserie, nada te parece maravilloso sino cojopendo. ¿Y cuál es el resultado de todo esto? que te vuelves una persona mucho más light, menos pasional, más plana y menos tajante... en resumen, menos española. Esto que así a primera vista puede parecer una exageración, te puede llevar a tener una crisis de identidad. Imagínate que cada vez que quisieras defender algo fehacientemente, o argumentar pros y contras con vehemencia, te encontraras con que te faltan términos, expresiones. . . con que te falta credibilidad. Lo que ocurre es que cada vez te vas conformando con menos y al final ya no rebates. Esa, señores, es la razón por la que los ingleses son tan educados, no es que no quieran ser groseros, es que no pueden serlo lo suficiente, y para ser a medias, no se es. También tienen palabras malsonantes, no creáis, el problema es que a mí no me suenan tan mal, o al menos no al nivel que deberían para ser representantes de mis pensamientos.
Qué bonito es sentarse en la terraza de un bar y despotricar contra todo, llenarse la boca de jotas y erres y afilarse las palabras con fuego del infierno. Qué bonito es forjar amenazas que nunca van más allá del aire que las recoge, que las mece recién salidas de tus entrañas para aflojarte las ganas antes de que lleguen a ser hechos. Qué bonito es conocer cada palabra en sus mil connotaciones, y jugar a ser su dueño inventándolas en frases malsonantes, descaradas, altaneras y rabiosas. Qué bonito es sentirse frustrado y poder recurrir a las letras para compartir con vosotros que hoy he tenido un mal día.

martes, 4 de junio de 2013

Verano a goterones

Repentino, chorreante, amedrentador, abundante, decidido, exagerado, exterminante, impaciente, churretoso, agobiante, pasajero. . . el verano ha llegado a Boston arrasando, sin preguntar, los Fahrenheit apretujándose contra el mercurio que dos días antes representaba a la perfección la temperatura de la nevera. Un día te acuestas con el nórdico subido hasta las cejas y a la mañana siguiente te despiertas en un charco de sudor salado, con la ropa de cama por el suelo y un sol destructor encargándose de arruinarte la retina. Ahí lo tienes, el verano, que llegó de noche y no pudo sentarse a esperar, insistente y avaricioso se dejó caer con el peso de veinte soles de helio comprimido agarrándose las manos para jugar al corro de la patata con la Tierra, aunque yo creo que aquí sólo participa Boston porque no sé si hay otro lugar en el mundo con temperaturas más extremas. 
Así que busca los shorts, las chanclas, guarda el abrigo. . . y sal a la calle porque la casa quema. Después de una ducha fría que de nada vale porque el dios de la humedad te putea todo lo que puede (gracias dios por este flequillo), por fin pones un pie en la calle y ese aire denso y pantanoso te da un abrazo gorilesco del que no puedes zafarte. Ir en bici puede parecer una buena idea por eso de la brisa y tal, pero el aire viene calentorro y grave, como el que sale de las rejillas del metro de la calle Preciados, y más que refrescar te produce sarpullido y una sensación de estar siendo lamido abruptamente por una lengua gigante. 
Las casas bostonianas no están preparadas para el verano, la madera acorrala todo el calor en su interior, y éste ebulle incontrolado ante la falta de persianas. La pobre Loli, que normalmente busca un rayito de sol en el suelo sobre el que acostarse, se arrastra vagamente de lado a lado buscando una corriente de aire que nunca llega. Así que la propia casa nos exocita hacia la playa, la playa! a unas pocas paradas de metro aguarda el mar, que aún no se ha enterado de que el verano está aquí y sigue empeñado en contener el agua a cero grados. Pero tal es el bochorno que se respira que uno no puede evitar bañarse, aunque la circulación se corta y los dedos de los pies se ponen azulitos, es agradable escapar del incendio tropical que espera fuera. 

De repente, los vigilantes de la playa (que no se parecen a Pamela Anderson ni nada), piden a todo el mundo que salga del agua, y lo sorprendente es que la gente obedece (esto no es España...). Convencida estaba de que había un tiburón, pero no, se había perdido un niño, así que en un abrir y cerrar de ojos el mar está vacío, un buzo amarrado a una boya se sumerge mar adentro para buscarlo y una cadena humana de espontáneos se organiza para peinar la playa a espera de lo peor. Nunca dejo de sorprenderme ante tanto americanismo, son unos peliculeros. . . pero eso sí, sus métodos son infalibles.

Dos días más tarde, contrito, el verano nos da la espalda y se larga igual que vino, sin más, dejando lluvias torrenciales y americanos en chanclas, espaldas rosas peladas y muchos comentarios en facebook. 
P.D. "Querido verano, haga usted el favor de volver que quiero recuperar el color que tenía en España. Aquí hasta la melanina se acongoja con el frío, ya vale hombre, que queremos ponernos ya las chanclas sin calcetines".